Hans J. Massaquoi nació en Hamburgo de madre alemana y padre liberiano.
Tenía seis años cuando Hitler llegó al poder.De niño se quedó fascinado con la parafernalia nazi.
Incluso quiso entrar en las juventudes hitlerianas. Se salvó por casualidad. Cuenta su extraña historia.
"¿Yo no soy ario?". Hans tenía ocho años cuando lanzó esta pregunta a su madre. Así lo narra en su biografía Testigo de raza. Un negro en la Alemania nazi. La historia de un mulato nacido en Hamburgo en 1926 y que vivió en esa ciudad el ascenso y la caída del nazismo. "Sobreviví gracias a un resquicio en las leyes raciales. No éramos suficientes en mi ciudad para que los nazis se fijaran en mí, al revés de lo que les pasó a los llamados bastardos de Rhineland", dice Massaquoi desde su jubilación en Estados Unidos.
Tenía seis años cuando Hitler llegó al poder.De niño se quedó fascinado con la parafernalia nazi.
Incluso quiso entrar en las juventudes hitlerianas. Se salvó por casualidad. Cuenta su extraña historia.
"¿Yo no soy ario?". Hans tenía ocho años cuando lanzó esta pregunta a su madre. Así lo narra en su biografía Testigo de raza. Un negro en la Alemania nazi. La historia de un mulato nacido en Hamburgo en 1926 y que vivió en esa ciudad el ascenso y la caída del nazismo. "Sobreviví gracias a un resquicio en las leyes raciales. No éramos suficientes en mi ciudad para que los nazis se fijaran en mí, al revés de lo que les pasó a los llamados bastardos de Rhineland", dice Massaquoi desde su jubilación en Estados Unidos.
La población negra en Alemania durante el nazismo era insignificante. Unos cientos, quizá unos miles, de personas de una población de 65 millones. El mayor núcleo eran los denominados bastardos de Rhineland, medio millar de adolescentes de esa región fronteriza nacidos después de la I Guerra Mundial de mujeres alemanas y soldados de las tropas de ocupación francesas originarios de colonias africanas. Según Hitler, eran el resultado de una alianza entre negros y judíos para infectar la raza aria. A partir de 1937 fueron esterilizados y finalmente deportados a los campos. Massaquoi sobrevivió porque la ordenada burocracia nazi no supo qué hacer con él y pospuso un destino que, a la larga, parecía inevitable.
El padre de Massaquoi era hijo del cónsul general de Liberia en la república de Weimar. Su madre, Berta, una enfermera alemana de clase media baja. El rico galán africano se encaprichó de la guapa joven local al verla en una fiesta, y de su relación nació Hans Jürgen. Aunque su padre nunca le prestó mucha atención (estudiaba en Dublín), su refinado abuelo, el primer diplomático africano en Europa, le dio cobijo en su palacete de Hamburgo junto con sus numerosos tíos y primos. El patriarca se jactaba de tener un nieto alemán que hablaba el idioma local como tal. "Asociaba la piel negra con superioridad, porque nuestros sirvientes eran blancos", escribe en el libro.
Su destino cambia cuando las luchas intestinas hacen volver a los Massaquoi a Liberia. La madre de Hans decide quedarse en Alemania, porque el pequeño es de salud delicada y teme que vivir en un país asolado por la malaria sea enviarle a la muerte. Prácticamente sola, retoma su trabajo de enfermera y se mudan a una zona obrera de Hamburgo. "Yo, que había aprendido a ver en mis rasgos raciales ventajas evidentes, de pronto me veía obligado a considerarlos un inconveniente", recuerda. En 1932, cuando Hans tiene seis años, Hitler llega al poder. El ascenso del nazismo no fue, al principio, percibido como una amenaza. "Como todos los niños, estaba fascinado por la parafernalia nazi. Los uniformes, las banderas y los desfiles nos encantaban. Para mí, igual que para mis compañeros, Hitler estaba ya envuelto en una aureola casi divina que le protegía de cualquier culpa o crítica", escribe.
Las cosas cambian poco a poco. Primero fue un letrero en los columpios que impedía jugar a los no-arios. Después, la misteriosa desaparición de profesores que resultan ser judíos. Más tarde, su madre es despedida por "haber concebido el hijo de un africano" (aunque esto le fue escondido). "Una vez que las absurdas leyes raciales entraron en vigor, se hizo obvio que mi vida iba a volverse más difícil. Pero el amor y la protección de mi madre me sostuvieron", cuenta. Él no oculta en el libro su intento por ser uno más. Cada vez que es rechazado reacciona negando lo evidente. Una situación que llega al absurdo cuando intenta entrar en las Hitlerjugend, las juventudes hitlerianas, una mezcla de boy scouts y organización paramilitar. "Creo que en ese momento fue cuando me di cuenta de la maldad de los nazis. Esa experiencia cristalizó mi ruptura psicológica de la propaganda. Desde ese momento no sentí más la necesidad de ser aceptado por los nazis y me liberó de cualquier dependencia de Hitler como la omnipotente figura paternal de los jóvenes alemanes", recuerda.
Al llegar la guerra, a pesar de ser "indigno de llevar el uniforme alemán", a punto estuvo de ser alistado. Se libró sólo por falta de peso, lo que aumentó los problemas. "Al formar parte de un grupo cada vez menor de hombres sanos, me sentía más expuesto y avergonzado por mi uniforme civil que por mi raza".
Trabajando en una fábrica, Massaquoi observó cómo la maquinaria de guerra alemana se viene abajo. En 1943, los aliados pusieron en marcha la Operación Gomorra. El bombardeo sistemático de Hamburgo durante diez días, hasta dejar la ciudad convertida en un erial en el que perecieron más de 40.000 personas. "Mi mujer suele decir que mi ángel de la guarda tuvo trabajo extra. Me hubiera dado igual haber muerto a manos de la Gestapo que en un bombardeo. La amenaza de la Gestapo me rondó más tiempo y tuve que convivir con la constante amenaza de su presencia, pero los bombardeos fueron una amenaza más cierta. La verdad es que cuando más cerca de la muerte estuve fue el día en que una multitud me quiso linchar al tomarme por un piloto aliado".
El final de la guerra con la toma de Hamburgo por los británicos significó también una nueva vida para Massaquoi. "Por primera vez en mi vida me sentía libre del miedo paralizante que mi orgullo no me había permitido admitir. El miedo a ser humillado, ridiculizado, degradado, a verme privado de mi dignidad, a que hicieran sentirme infrahumano, menos persona que las que me rodeaban", cuenta en el libro. Pasó la posguerra como saxofonista de jazz, para luego emigrar a Liberia, el país de su padre, y recalar en Estados Unidos, donde fue reclutado para participar en la guerra de Corea. Gracias a los beneficios de los veteranos ingresa en la universidad, donde estudia periodismo, un oficio al que dedicó cuatro décadas. "Todo está bien, si bien acaba. Estoy bastante satisfecho con la forma en la que ha salido mi vida. He sobrevivido para contar la porción de historia de la que he sido testigo. Al mismo tiempo, deseo que todo el mundo pueda tener una infancia feliz en una sociedad justa. Y ése, definitivamente, no es mi caso".