lunes, 27 de abril de 2009

El Negro que sobrevivió a los nazis: Su historia.

Hans J. Massaquoi nació en Hamburgo de madre alemana y padre liberiano.
Tenía seis años cuando Hitler llegó al poder.De niño se quedó fascinado con la parafernalia nazi.
Incluso quiso entrar en las juventudes hitlerianas. Se salvó por casualidad. Cuenta su extraña historia.
"¿Yo no soy ario?". Hans tenía ocho años cuando lanzó esta pregunta a su madre. Así lo narra en su biografía Testigo de raza. Un negro en la Alemania nazi. La historia de un mulato nacido en Hamburgo en 1926 y que vivió en esa ciudad el ascenso y la caída del nazismo. "Sobreviví gracias a un resquicio en las leyes raciales. No éramos suficientes en mi ciudad para que los nazis se fijaran en mí, al revés de lo que les pasó a los llamados bastardos de Rhineland", dice Massaquoi desde su jubilación en Estados Unidos.



La población negra en Alemania durante el nazismo era insignificante. Unos cientos, quizá unos miles, de personas de una población de 65 millones. El mayor núcleo eran los denominados bastardos de Rhineland, medio millar de adolescentes de esa región fronteriza nacidos después de la I Guerra Mundial de mujeres alemanas y soldados de las tropas de ocupación francesas originarios de colonias africanas. Según Hitler, eran el resultado de una alianza entre negros y judíos para infectar la raza aria. A partir de 1937 fueron esterilizados y finalmente deportados a los campos. Massaquoi sobrevivió porque la ordenada burocracia nazi no supo qué hacer con él y pospuso un destino que, a la larga, parecía inevitable.

El padre de Massaquoi era hijo del cónsul general de Liberia en la república de Weimar. Su madre, Berta, una enfermera alemana de clase media baja. El rico galán africano se encaprichó de la guapa joven local al verla en una fiesta, y de su relación nació Hans Jürgen. Aunque su padre nunca le prestó mucha atención (estudiaba en Dublín), su refinado abuelo, el primer diplomático africano en Europa, le dio cobijo en su palacete de Hamburgo junto con sus numerosos tíos y primos. El patriarca se jactaba de tener un nieto alemán que hablaba el idioma local como tal. "Asociaba la piel negra con superioridad, porque nuestros sirvientes eran blancos", escribe en el libro.

Su destino cambia cuando las luchas intestinas hacen volver a los Massaquoi a Liberia. La madre de Hans decide quedarse en Alemania, porque el pequeño es de salud delicada y teme que vivir en un país asolado por la malaria sea enviarle a la muerte. Prácticamente sola, retoma su trabajo de enfermera y se mudan a una zona obrera de Hamburgo. "Yo, que había aprendido a ver en mis rasgos raciales ventajas evidentes, de pronto me veía obligado a considerarlos un inconveniente", recuerda. En 1932, cuando Hans tiene seis años, Hitler llega al poder. El ascenso del nazismo no fue, al principio, percibido como una amenaza. "Como todos los niños, estaba fascinado por la parafernalia nazi. Los uniformes, las banderas y los desfiles nos encantaban. Para mí, igual que para mis compañeros, Hitler estaba ya envuelto en una aureola casi divina que le protegía de cualquier culpa o crítica", escribe.



Las cosas cambian poco a poco. Primero fue un letrero en los columpios que impedía jugar a los no-arios. Después, la misteriosa desaparición de profesores que resultan ser judíos. Más tarde, su madre es despedida por "haber concebido el hijo de un africano" (aunque esto le fue escondido). "Una vez que las absurdas leyes raciales entraron en vigor, se hizo obvio que mi vida iba a volverse más difícil. Pero el amor y la protección de mi madre me sostuvieron", cuenta. Él no oculta en el libro su intento por ser uno más. Cada vez que es rechazado reacciona negando lo evidente. Una situación que llega al absurdo cuando intenta entrar en las Hitlerjugend, las juventudes hitlerianas, una mezcla de boy scouts y organización paramilitar. "Creo que en ese momento fue cuando me di cuenta de la maldad de los nazis. Esa experiencia cristalizó mi ruptura psicológica de la propaganda. Desde ese momento no sentí más la necesidad de ser aceptado por los nazis y me liberó de cualquier dependencia de Hitler como la omnipotente figura paternal de los jóvenes alemanes", recuerda.

Al llegar la guerra, a pesar de ser "indigno de llevar el uniforme alemán", a punto estuvo de ser alistado. Se libró sólo por falta de peso, lo que aumentó los problemas. "Al formar parte de un grupo cada vez menor de hombres sanos, me sentía más expuesto y avergonzado por mi uniforme civil que por mi raza".

Trabajando en una fábrica, Massaquoi observó cómo la maquinaria de guerra alemana se viene abajo. En 1943, los aliados pusieron en marcha la Operación Gomorra. El bombardeo sistemático de Hamburgo durante diez días, hasta dejar la ciudad convertida en un erial en el que perecieron más de 40.000 personas. "Mi mujer suele decir que mi ángel de la guarda tuvo trabajo extra. Me hubiera dado igual haber muerto a manos de la Gestapo que en un bombardeo. La amenaza de la Gestapo me rondó más tiempo y tuve que convivir con la constante amenaza de su presencia, pero los bombardeos fueron una amenaza más cierta. La verdad es que cuando más cerca de la muerte estuve fue el día en que una multitud me quiso linchar al tomarme por un piloto aliado".



El final de la guerra con la toma de Hamburgo por los británicos significó también una nueva vida para Massaquoi. "Por primera vez en mi vida me sentía libre del miedo paralizante que mi orgullo no me había permitido admitir. El miedo a ser humillado, ridiculizado, degradado, a verme privado de mi dignidad, a que hicieran sentirme infrahumano, menos persona que las que me rodeaban", cuenta en el libro. Pasó la posguerra como saxofonista de jazz, para luego emigrar a Liberia, el país de su padre, y recalar en Estados Unidos, donde fue reclutado para participar en la guerra de Corea. Gracias a los beneficios de los veteranos ingresa en la universidad, donde estudia periodismo, un oficio al que dedicó cuatro décadas. "Todo está bien, si bien acaba. Estoy bastante satisfecho con la forma en la que ha salido mi vida. He sobrevivido para contar la porción de historia de la que he sido testigo. Al mismo tiempo, deseo que todo el mundo pueda tener una infancia feliz en una sociedad justa. Y ése, definitivamente, no es mi caso".



lunes, 13 de abril de 2009

Enfermedades curiosas y raras

No hay duda de que las enfermedades no son nada divertidas. Sin embargo, algunas de estas enfermedades son tan peculiares que uno no puede dejar de sentir curiosidad por ellas. El cuerpo humano, la máquina increíble, a veces tiene un funcionamiento imperfecto.


Síndrome del acento extranjero:



Supón que te levantas por la mañana y empiezas a hablar con acento francés, chino o italiano. Suena divertido pero no tiene ninguna gracia para los que lo padecen, ya que habitualmente es una secuela de una apoplejía u otra grave lesión cerebral anterior. Los pacientes bajo este mal hablan su lengua materna, de forma involuntaria, como lo haría un extranjero, sin ni siquiera haber escuchado jamás el acento en cuestión. Se cree que esto sucede cuando las zonas dañadas del cerebro corresponden con las encargadas del lenguaje. Este efecto es inevitable para la propia persona y, por su brusca aparición, suele traer como consecuencia problemas emocionales relacionados con la pérdida de identidad personal y del sentido de pertenencia a una comunidad. Al ser alteradas las zonas del cerebro correspondientes a los patrones de entonación, pronunciación, elaboración y discurso, se oye como si uno hablara mientras recibe una potente anestesia. Así, no es que la persona finja el acento, es que simplemente le sale así, un acento extraño que no se parece a nada, pero extraño al fin.



La Maldición de la Ondina:



Esta si es fea. La leyenda germánica nos cuenta sobre el terrible y aleccionador castigo al que una ninfa (Ondina, ninfa de las aguas en la mitología germánica) condenó a su amante cuando descubrió que éste la engañaba. Lo sentenció nada más y nada menos que a ser responsable permanente de su respiración; es decir, el infiel no podía olvidarse ni un minuto de que debía de respirar, ya que si lo hacía, podía morir por falta de oxígeno. *La maldición de la Ondina (o síndrome de hipoventilación alveolar central congénita), significa no dormir nunca, pues al entrar al sueño se pierde la voluntad y con ello el control consciente de la función respiratoria. En algunos casos, los respiradores artificiales pueden ayudar. Este raro disturbio se presenta cuando se perturba la funcionalidad de los centros de la respiración situados en el bulbo raquídeo o estructuras vecinas.


Síndrome de Capgras:



Trastorno mental en el que el sujeto cree que sus seres queridos han sido sustituidas por impostores. La persona considerada como impostora tiene el mismo parecido físico, pero el enfermo cree que su mente no es la de la persona original. Quienes lo padecen no sienten una relación emocional entre la imagen que ven y la persona que recuerdan, muchas veces aceptan vivir con los “impostores” sabiendo secretamente que no son quienes dicen ser. En algunos casos no se reconocen a ellos mismos en el espejo y se sienten tan perturbados al ver al “Doppelgänger” en el reflejo que tienen que retirar todos los espejos de la casa. Otros casos son de pacientes que tienen la convicción de que su mascota, coche, silla, etc. han sido cambiados por una réplica exacta. Toma el nombre del psiquiatra francés Jean Marie Joseph Capgras. Esta enfermedad esta relacionada con daño cerebral, desórdenes psicóticos y varios problemas neurológicos que interfieren en la capacidad de reconocimiento del cerebro.


Síndrome de Alicia en el País de las Maravillas:



También llamada micropsia, es un desorden neurológico que afecta la percepción visual. Los sujetos perciben los objetos sustancialmente mucho más pequeños de lo que son en realidad (como si los vieran desde el lado equivocado de unos binoculares). Por ejemplo, un animal doméstico, como un perro, puede parecer del tamaño de un ratón, o un coche como un coche de juguete. Se le debe el nombre por el personaje de ficción creado por Lewis Carrol, Alicia, quien percibía las cosas demasiado pequeñas o grandes tras la ingesta de unas medicinas mágicas. Este síndrome suele ser temporal y venir asociado con migrañas. Carrol sufría de episodios de esta enfermedad, por lo que es posible que simplemente describiera su experiencia.


Pánico al Pene:



Koro (término javanés que significa “cabeza de tortuga”) es uno de los numerosos nombres para un tipo de histeria conocido en medicina como síndrome de retracción genital, un delirio agudo que se ve sobre todo en el Sureste Asiático y el sur de la China (zonas en las que la creencia en la brujería esta ampliamente difundida), donde el paciente se vuelve repentinamente angustiado y alarmado por el convencimiento de que su pene está encogiendo hasta desaparecer dentro del abdomen, para luego causarle la muerte (como la cabeza de una tortuga que se retrae hacia dentro). Hay muchos coreanos que se pasan la vida estirando su pene para no morir (excusas, excusas). Puede ser contagioso, como el brote de 1967 en Singapur, donde miles de hombres llegaron a pensar que sus penes habían sido robados. Se piensa es tan sólo una reacción extrema a la natural retracción del pene por el frío u otras causas. Este síndrome se puede tratar con medicamentos para la ansiedad.



Síndrome de Jerusalén:



Es una psicósis religiosa desatada por el impacto que causa visitar Jerusalén. Con más de doscientos casos al año, este síndrome, que también se ha observado en otros lugares de importancia religiosa e histórica desde la época medieval, ocasiona que sus víctimas lleguen a creer que son profetas (Sansón, la Virgen María y el rey Salomón son los preferidos) y recorran la ciudad promulgando las Santas Escrituras o exhortando a los pecadores al arrepentimiento. Suele ser un comportamiento inofensivo y desaparece al abandonar la ciudad. La excepción más importante ocurrió en agosto de 1969, cuando un turista australiano, Michael Rohan, prendió fuego a la mezquita Al-Aqsa, convencido de que era “el emisario de Dios”.



Síndrome de Stendhal:



Es un desórden psicosomático parecido al anterior, que se desata cuando el individuo es expuesto a demasiada belleza en un espacio corto de tiempo. Los síntomas van desde inofensivos mareos hasta psicósis total, y puede ser desatado por obras de arte famosas, áreas naturales hermosas o incluso ciudades enteras. Fue sufrida por primera vez por Stendhal, durante su paso por Florencia en 1817. Después de observar demasiado tiempo unos frescos, describió su experiencia como: "Absorto en la contemplación de tan sublime belleza, alcancé el punto en el que uno encuentra sensaciones celestiales. Tuve palpitaciones, la vida me estaba siendo drenada...". Y luego, a limpiar las paredes ¬¬.


Síndrome de Cotard:



El síndrome de Jules Cotard o delirio nihilista es un raro desorden en el que la persona que lo sufre tiene la creencia de que está muerta, no existe, se está pudriendo y ha perdido los órganos internos. Algunos enfermos incluso llegan a percibir el olor de su carne en putrefacción o sienten como los gusanos los van devorando. Un caso famoso del síndrome Cotard describe a una mujer que estaba tan convencida de su muerte que insistía en vestir un sudario y se instaló en un ataúd. Pidió ser enterrada y como sus familiares se negaron, permaneció en su ataúd hasta que falleció algunas semanas después. Hay otro caso de un hombre que tras un grave accidente pensó que ya estaba muerto, y cuando lo trasladaron a su ciudad natal, en África, pensó que lo estaban llevando al infierno, por el calor que allí hacía.


Síndrome de la Mano Ajena:



Otro desorden provocado por un trauma cerebral, este extraño mal hace que la víctima pierda el control de una de sus manos, la cual cobra vida propia y puede llegar a hacer cualquier cosa, desde gesticular a desabrochar los botones que la otra mano intenta abrochar. Esta enfermedad es también conocida como "síndrome de la mano anárquica", por su tendencia a hacer siempre lo contrario a lo que la otra mano hace, o también llamada "Síndrome de Dr. Strangelove", debido al personaje que Peter Sellers interpretaba en "¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú". Allí la mano mecánica del protagonista alternaba entre intentos de estrangularse a si mismo y en lanzar saludos Nazi. El paciente del síndrome puede sentir tacto en la mano, pero creer que no es parte de su cuerpo y que no poseen control sobre sus movimientos (incluso no es consciente de lo que su mano realiza hasta que llama su atención). La única solución es mantenerla ocupada, por ejemplo sosteniendo algo - pero mejor que no sea el cuello. Aunque puede parecer gracioso al principio, este desorden es peligroso en muchos casos. Se conoce testimonios de personas que han sido casi estranguladas por sus propias manos, o han recibido cortes de cuchillo de sus propias manos mientras preparaban la cena.


Síndrome Riley-Day:



No sentir dolor puede parecer una bendición, pero llega a ser letal para quienes padecen este mal que, entre otro síntomas, provoca insensibilidad al dolor. La enfermedad es causada por la mutación de un gen y es una condición rara en la población general pero no en los judíos asquenazí (descendientes de los judíos de Europa del Este), con una incidencia estimada de 1 caso por cada 3700 personas. El mal hace que sus víctimas sean excepcionalmente propensas a los accidentes, porque simplemente no advierten los avisos comunes de dolor como heridas, compresiones y quemaduras que nos mantienen alertas a nosotros. Los niños más pequeños incluso olvidan expirar, llegando a la pérdida del conocimiento, ya que contienen la respiración sin sentir la molestia que los niños normales tendrían. Los pacientes con Riley-Day tienden a morir jóvenes - la mitad antes de llegar a los 30 - debido a sus heridas.

miércoles, 8 de abril de 2009

Experiencias cercanas a la muerte

El Proyecto Conciencia Humana (el Human Consciousness Project), de la Universidad de Southampton, en el Reino Unido, ha iniciado un curioso estudio, bautizado como AWARE, que supondrá la primera investigación científica a gran escala sobre las llamadas “experiencias cercanas a la muerte” o ECMs.

Se denomina ECM a la amplia gama de experiencias personales asociadas con la muerte inminente, y que consisten en las percepciones que ésta conlleva. Estas percepciones son conocidas gracias a los testimonios de personas que han estado a punto de morir o que han pasado por una muerte clínica, pero después han sobrevivido. En nuestros tiempos, las técnicas de reanimación cardiaca han ayudado a que el número de testimonios de este tipo aumente.

Las sensaciones relatadas por pacientes (como abandonar el cuerpo, levitar, miedo extremo, serenidad total, seguridad, calidez, absoluta disolución o la visión de una gran luz al final del túnel o de seres –que, según las creencias de cada individuo suelen identificarse con Dios, los ángeles, familiares fallecidos, etc.-) han hecho que se les dé a estas experiencias una perspectiva espiritual y paranormal.


Explicación científica

Pero, ¿qué explicación puede dar la ciencia a las ECMs? El estudio AWARE, que tratará de dar una respuesta a esta pregunta, será llevado a cabo por un grupo internacional de científicos y de médicos, que han unido fuerzas para analizar el cerebro, la conciencia y la muerte clínica.

Según informa la Universidad de Southampton en un comunicado, la investigación estará dirigida por el doctor Sam Parnia, un experto en el campo de la conciencia durante la muerte clínica, además de autor del libro What happens when we die?.

Parnia lleva ya años estudiando este fenómeno. En 2001, por ejemplo, la BBC publicaba que el investigador había hecho un estudio piloto en el hospital general de Southampton con 63 pacientes que habían sido reanimados tras estar clínicamente muertos.

Cuatro de ellos informaron, en entrevistas posteriores, que habían vivido experiencias paranormales, como atravesar un túnel y reunirse con familiares fallecidos. Algunas de esas personas, incluso, dieron detalles específicos de los intentos de resucitarlos. Parnia declaró entonces que “algún tipo de conciencia debe haber estado presente, puesto que, al regresar, pudieron contarnos lo que les había pasado”.

En el comunicado de la Universidad Southampton, Parnia explica: “contrariamente a la percepción popular, la muerte no es un momento específico. En realidad es un proceso que comienza cuando el corazón deja de latir, los pulmones dejan de trabajar y el cerebro deja de funcionar. Es lo que en medicina se denomina “parada cardiorrespiratoria”, que desde un punto de vista biológico es sinónimo de la muerte clínica”.

Aplicación de tecnología

Al estado de muerte clínica lo sigue un periodo de tiempo, de entre unos segundos y una hora aproximadamente, en el que los esfuerzos médicos pueden conseguir revertir el proceso de la muerte. Conocer lo que las personas experimentan durante la muerte clínica supone una oportunidad única de comprensión del proceso humano de la muerte, explica Parnia.

Con esta finalidad de conocimiento, y tras una fase piloto del estudio de 18 meses de duración desarrollada en diversos hospitales del Reino Unido, la investigación se extenderá ahora para incluir otros 25 centros hospitalarios británicos, europeos y norteamericanos.

El estudio AWARE aplicará una sofisticada tecnología para estudiar el cerebro y la conciencia humanos durante las paradas cardiorrespiratorias. Al mismo tiempo, probará la autenticidad o no de las llamadas experiencias fuera del cuerpo examinando la capacidad de “ver” y “oír” durante el estado de muerte clínica. Para ello, los investigadores utilizarán imágenes aleatoriamente generadas, que se ocultarán para poder ser vistas sólo desde arriba.

El estudio se completará con la investigación BRAIN-1 (Brain Resuscitation Advancement International Network - 1), que consistirá en realizar tests psicológicos a pacientes que hayan sufrido paradas cardiorrespiratorias, y en la aplicación de técnicas de registro de la actividad cerebral para intentar determinar métodos que mejoren el cuidado médico y psicológico de enfermos en este estado.

Pruebas empíricas

Lo cierto es que este tema despierta un notable interés entre los científicos. Desde esta perspectiva, estudios recientes llevados a cabo por investigadores independientes han aportado ya algunos datos, como que entre el 10 y el 20% de las personas con parada cardiorrespiratoria y muerte clínica analizadas han presentado, en ese periodo, procesos mentales estructurados, capacidad de razonar e, incluso, recuerdos detallados de la situación en la que se encontraba su cuerpo, de su entorno entonces o de las personas que intentaron reanimarlos.


Asimismo, en 2001, una investigación médica realizada en hospitales holandeses con 344 pacientes que habían sufrido la muerte clínica por efecto de crisis cardíacas estableció que el 18% de ellos recordaba haber vivido experiencias mientras su cuerpo estaba sin vida.

Más recientemente, la BBC se hizo eco de la publicación del libro “Near Death Experiences of Hospitalized Intensive Care Patients, a Five Year Clinical Study” escrito por Penny Sartori, una enfermera de cuidados intensivo del hospital Singleton del País de Gales, que tras cinco años de estudio del fenómeno de las ECMs, decidió plasmar los datos recopilados para ayudar a los profesionales médicos a tratar con los pacientes reanimados.

Todas estas investigaciones se enmarcan en los estudios que, durante años, han llevado a cabo psiquiatras como Elisabeth Kübler-Ross o George Ritchie. En la actualidad, y a pesar de que el tema de las ECMs haya sido tradicionalmente considerado materia para el debate filosófico, los avances en la ciencia y, especialmente, en las técnicas de reanimación y de resucitación, lo han ido llevando cada vez más al terreno empirista.

jueves, 2 de abril de 2009

Así sería el mundo sin la capa de ozono

La NASA simula qué hubiera sido de nuestro planeta si en 1987 no se hubiera prohibido la emisión de CFC a la atmósfera.

Imagine un mundo en el que dos terceras partes del ozono se hubieran esfumado, no sólo en los Polos, sino en todo el planeta. Estaríamos en 2065 y la radiación ultravioleta que caería sobre las ciudades de latitudes medias como Washington, o cualquier ciudad española, sería lo suficientemente fuerte como para causar quemaduras de sol en sólo cinco minutos. Es ficción, pero es lo que habría ocurrido si hubiéramos seguido emitiendo a la atmósfera sustancias químicas como los clorofluorocarbonos (CFC), prohibidos por el Protocolo de Montreal, que se firmó en 1987.
La ficción la han planteado investigadores de la NASA, que han simulado lo que habría sido de nuestro planeta si los clorofluorocarbonos y otros químicos no hubieran sido prohibidos entonces. Dirigido por Paul Newman, científico del Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA, el equipo investigador utilizó para la simulación un modelo completo que incluía los efectos químicos sobre la atmósfera, los cambios en el patrón de los vientos y los cambios en la radiación. El análisis ha sido publicado en «Atmospheric Chemistry and Physics».
Después de dos décadas desde la firma de este acuerdo, en el que participaron 193 países, Newman explica que creyeron que era el momento de hacerse algunas preguntas: «¿Teníamos razón con el ozono? ¿Funcionó el Protocolo de Montreal? ¿Qué clase de mundo hemos evitado eliminando las sustancias nocivas para el ozono?» Para dar respuesta a estas preguntas los investigadores se pusieron a trabajar en calcular cómo la capa de ozono hubiera ido menguando de no haber tomado medidas en su momento.
Para ello empezaron con un modelo de circulación atmosférica que calcula las variaciones en las energía solar, las reacciones químicas en la atmósfera, los cambios de temperatura y los vientos, así como otros elementos del cambio climático global. Por ejemplo, el modelo prevé cómo los cambios en la estratosfera influye en las variaciones de la troposfera (las masas de aire más cercanas a la superficie terrestre). Las pérdidas de ozono modifican la temperatura en diferentes partes de la atmósfera, y esos cambios promueven o suprimen las reacciones químicas.

En 2065 los niveles de ozono caerían un 67% con respecto a 1970 y se duplicaría la intensidad de la radiación ultravioleta sobre la superficie terrestre, con quemaduras en sólo 5 minutos

Entonces, lo que hicieron los investigadores fue incrementar la emisión de CFC y otras sustancias similares a razón de un 3% al año, más o menos la mitad del nivel de crecimiento a principios de los años 70. Luego dejaron que este mundo simulado evolucionara desde 1975 a 2065. Para el año 2020, ya hubiera desaparecido el 17% del ozono y cada año se empezaría a formar sobre el Ártico un agujero en esta «cubierta protectora». En 2040, las concentraciones globales de ozono (que se miden en unidades Dobson) hubieran caído por debajo de 220, el mismo nivel que ahora forma el agujero sobre la Antártida y el índice de radiación ultravioleta en las latitudes medias alcanzaría el 15 en un día despejado de verano provocando quemaduras en sólo 10 minutos de exposición. Ahora se considera que un índice de 10 es extremo.
En 2065 los niveles de ozono caerían un 67% con respecto a 1970 y se duplicaría la intensidad de la radiación ultravioleta sobre la superficie terrestre, con quemaduras en sólo 5 minutos.
Ésta es la simulación del «mundo evitado». La situación actual es que con la puesta en marcha del protocolo de Montreal y teniendo en cuenta que la vida media de los CFC en la atmósfera es de entre 50 y 100 años, el pico máximo de estos químicos en la atmósfera se alcanzó en 2000 y desde entonces se ha reducido un 4 por ciento. Por eso, Richard Stolarski, científico del Instituto Goddard de la NASA y coautor del estudio, asegura que el protocolo de Montreal es un buen ejemplo de que los acuerdos globales, como el de Kioto, pueden serviar para algo.