Una pequeña iglesia italiana enclavada en la próspera ciudad, vinícola de Montalcino, a escasos cuarenta kilómetros de Siena, la iglesia de San Pedro alberga aún hoy una de las más desconcertante pinturas que existen en el mundo. Ningún objeto, pintura o legado documental de los que se han podido examinar en la búsqueda de fenómenos que demuestren la existencia de alteraciones -a veces de siglos- en el continuum espacio-temporal. es tan claro como el lienzo que se conserva en Montalcino. Diseñado originalmente en el año 1600 por el artista sienes Ventura Salimbeni (1567-1613), la tela recoge una escena singular: nueve personales, la mayoría ataviados con trajes eclesiásticos de la época, aparecen en torno a un relicario que contiene una hostia consagrada de la que parten varios deslumbrantes rayos de luz. Sobre estos prelados, y por encima de unas nubes grisáceas que separan en dos mitades el cuadro, se encuentran las imágenes de la Trinidad, flanqueadas por dos querubines. El lienzo no pasaría de ser una de tantas representaciones manieristas de los mundos celeste y terrestre, si no fuera por el insólito objeto que aparece en medio de los tres personales divinos y que acapara el protagonismo de toda la obra.
A primera vista parece un simple objeto azulado que bien podría representar el globo terráqueo. Pero examinado con más detenimiento se aprecia que semejante interpretación es errónea. La existencia de al menos tres líneas longitudinales a lo largo de la curvatura de esta extraña esfera y una banda central a modo de "cinturón", presentan todo el aspecto de junturas de varias piezas de apariencia metálica. No menos sorprendentes son las dos extremidades en forma de antenas asida por las divinas figuras de Dios y Jesús, respectivamente, y que no dejan lugar a dudas -a los ojos, claro está, de un hombre habituado a tecnología contemporánea- de que nos estamos enfrentando a la primera representación artística de un moderno satélite de comunicaciones. Quizá a uno de los primeros modelos puestos en órbita, como el Sputnik soviético.
El cuadro no tiene nada de misterioso y sólo una monumental ignorancia puede relacionarlo con la moderna tecnología. De hecho, el prejuicio que se achaca a los arqueólogos e historiadores tradicionales es el mismo, pero invertido, que tiene quien comenta de manera antojadiza esta obra de arte. Ignora todos los elementos que no condicen con su peculiar interpretación del mundo, rechanzando la simple realidad por una explicación innecesariaente complicada.
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