Una noticia transmitida por la agencia de Prensa Reuters y publicada en varios periódicos de Australia el 28 de noviembre de 2004, informaba que 169 ballenas y delfines estaban atrapados en unas playas de Tasmania. Según el senador Bob Brown –miembro del Parlamento de ese país-, este fenómeno fue provocado por los bombardeos de infrasonidos sobre los lechos marinos del Pacífico, que se realizan para detectar yacimientos de petróleo y gas natural. La frecuencia de estos infrasonidos interfiere en la capacidad auditiva de los cetáceos, impidiéndoles distinguir los cambios de profundidad del agua y la distancia a las playas.
Jim Cummings, del Instituto de Ecología Acústica de Australia, afirma que estas prospecciones se vienen realizando desde 1968 mediante “cañones de aire comprimido”. Los impulsos creados por la liberación del aire de veinticuatro cañones sincronizados, generan ondas de sonido lo suficientemente poderosas como para penetrar hasta 40 km en el lecho marino. El nivel sonoro de dichas ondas se sitúa entre 200 y 240 decibelios. Cada cinco segundos se lanza un disparo a unos diez metros desde la superficie del mar, durante veinticuatro horas al día.
Es sabido que las ondas de muy baja frecuencia pueden resonar en diferentes tipos de roca, provocando su desintegración. Durante la Guerra Fría, el científico francés Vladimir Gavreau investigó el desarrollo de armas tácticas defensivas sobre la base de las propiedades destructivas de los generadores de infrasonidos.
El terremoto de 8´1º en la escala de Richter del 24 de diciembre, a unas 500 millas del sureste de Tasmania, puede atribuirse al uso de estos generadores. En este caso no se formaron tsunamis, aunque la altura de las olas mar adentro fue mucho más alta que lo normal.
Dos días después de este violento seísmo, el 26 de diciembre, otro terremoto, esta vez de 9´0º en la escala de Richter se produjo en la intersección de las placas tectónicas australiana e india , provocando el terrible desastre que todos conocemos.
Al día siguiente, otras veinte ballenas se quedaron varadas en las playas de Tasmania. Lo más curioso de todo esto es que los lugares donde quedaron atrapados los cetáceos en los treinta días anteriores están en la misma zona donde se produjo el seísmo australiano de 8´1º Richter el 24 de diciembre, precisamente en el punto donde se realizan los disparos con los cañones de aire comprimido. Dos días después del violento desplazamiento de la placa tectónica, la costa indonesia fue golpeada por el terremoto de 9´0º Richter.
Nuestra actividad –como ya se ha comprobado suficientemente, clima, etc- puede provocar catástrofes naturales sin precedentes y efectos imprevisibles. Baste recordar que las erupciones volcánicas pueden disparar el efecto invernadero y que seísmos como el de Asia han alterado los litorales y los fondos marinos con consecuencias desconocidas que sólo se verán en el futuro.
También nos enseña que vivimos en un mundo interconectado y que la tragedia de los cetáceos enloquecidos por nuestros sonares y bombardeos de infrasonidos bien puede ser el prólogo de una tragedia sin precedentes que afecte a toda la Humanidad.
Jim Cummings, del Instituto de Ecología Acústica de Australia, afirma que estas prospecciones se vienen realizando desde 1968 mediante “cañones de aire comprimido”. Los impulsos creados por la liberación del aire de veinticuatro cañones sincronizados, generan ondas de sonido lo suficientemente poderosas como para penetrar hasta 40 km en el lecho marino. El nivel sonoro de dichas ondas se sitúa entre 200 y 240 decibelios. Cada cinco segundos se lanza un disparo a unos diez metros desde la superficie del mar, durante veinticuatro horas al día.
Es sabido que las ondas de muy baja frecuencia pueden resonar en diferentes tipos de roca, provocando su desintegración. Durante la Guerra Fría, el científico francés Vladimir Gavreau investigó el desarrollo de armas tácticas defensivas sobre la base de las propiedades destructivas de los generadores de infrasonidos.
El terremoto de 8´1º en la escala de Richter del 24 de diciembre, a unas 500 millas del sureste de Tasmania, puede atribuirse al uso de estos generadores. En este caso no se formaron tsunamis, aunque la altura de las olas mar adentro fue mucho más alta que lo normal.
Dos días después de este violento seísmo, el 26 de diciembre, otro terremoto, esta vez de 9´0º en la escala de Richter se produjo en la intersección de las placas tectónicas australiana e india , provocando el terrible desastre que todos conocemos.
Al día siguiente, otras veinte ballenas se quedaron varadas en las playas de Tasmania. Lo más curioso de todo esto es que los lugares donde quedaron atrapados los cetáceos en los treinta días anteriores están en la misma zona donde se produjo el seísmo australiano de 8´1º Richter el 24 de diciembre, precisamente en el punto donde se realizan los disparos con los cañones de aire comprimido. Dos días después del violento desplazamiento de la placa tectónica, la costa indonesia fue golpeada por el terremoto de 9´0º Richter.
Nuestra actividad –como ya se ha comprobado suficientemente, clima, etc- puede provocar catástrofes naturales sin precedentes y efectos imprevisibles. Baste recordar que las erupciones volcánicas pueden disparar el efecto invernadero y que seísmos como el de Asia han alterado los litorales y los fondos marinos con consecuencias desconocidas que sólo se verán en el futuro.
También nos enseña que vivimos en un mundo interconectado y que la tragedia de los cetáceos enloquecidos por nuestros sonares y bombardeos de infrasonidos bien puede ser el prólogo de una tragedia sin precedentes que afecte a toda la Humanidad.
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