El síndrome de Fausto es un complejo entramado de síntomas psicopatolólógicos definidos esencialmente por la “bulimia intelectual”. Está relacionado conceptual y culturalmente con "la sed de saber" o "el hambre de conocimientos", modismos populares muy sugerentes para comprender la naturaleza de la enfermedad a examen. La amarga lamentación de Fausto, en el primer acto de la obra de Goethe, nos sirve para dar nombre al síndrome:
"...Ay! He estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio. Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor y hará diez años que arrastro mis discípulos de arriba abajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos nada. Esto consume mi corazón. Claro está que soy más sabio que todos esos necios doctores, licenciados, escribanos y frailes; no me atormentan ni los escrúpulos ni las dudas, ni temo al infierno ni al demonio. Pero me he visto privado de toda alegría; no creo saber nada con sentido ni me jacto de poder enseñar algo que mejore la vida de los hombres y cambie su rumbo. Tampoco tengo bienes ni dinero, ni honor, ni distinciones ante el mundo. Ni siquiera un perro querría seguir viviendo en estas circunstancias. Por eso me he entregado a la magia: para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu me son revelados ciertos misterios; para no tener que decir con agrio sudor lo que no sé; para conseguir reconocer lo que el mundo contiene en su interior....." (Fausto, acto primero)
Efectos Los sujetos que lo padecen poseen un deseo inmoderado o compulsivo de leer, estudiar y penetrar en todos los saberes humanos sin obtener de sus investigaciones ninguna gratificación existencial, antes bien y por el contrario, relatan una angustia profunda y continuada, sumada a una sensación de hastío vivencial que les mantiene sumidos en una importante desazón.
Suelen poseer una gran cultura, reglada oficialmente o no y, cuando sus recursos se lo permiten, están en posesión de enormes bibliotecas cuyo rasgo común es la discontinuidad temática de las materias allí presentes, signo fehaciente de un conocimiento errático, no lineal y estéril profesionalmente.
El sujeto es tan consciente de su superioridad discursiva, que no consigue experimentar placer alguno en la socialización, por entender que no halla interlocutores lo bastante capacitados como para estimularle a una interacción comunicativa positiva. Cuando han de relacionarse públicamente es por force majeure. Incluso el reconocimiento público de su erudición les provoca un notable fastidio, cuando proviene de personas que poseen un listón cultural inferior al suyo.
Parece indudable que muchas de las manifestaciones (histrionismo, narcisismo, insociabilidad, etc.) de este problema pueden ser encuadradas dentro del cluster B de los trastornos de personalidad.
En consulta, tienden a imponerse al terapeuta con una serie de argumentaciones lúcidas cuyo único objeto sería evaluar la capacitación del mismo, al que a menudo, y en efecto, dejan confundido dada la vastedad y brillo de sus observaciones. Este hecho dificulta mucho un tratamiento efectivo del síndrome.
En casos extremos, puede haber rasgos autolíticos, pero rara vez heterolíticos. No es infrecuente el hábito enólico. Dadas las características de este trastorno, no suele haber implicación afectiva con el sexo opuesto y cuando la hay, es dificultosa y desgraciada.
"...Ay! He estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio. Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor y hará diez años que arrastro mis discípulos de arriba abajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos nada. Esto consume mi corazón. Claro está que soy más sabio que todos esos necios doctores, licenciados, escribanos y frailes; no me atormentan ni los escrúpulos ni las dudas, ni temo al infierno ni al demonio. Pero me he visto privado de toda alegría; no creo saber nada con sentido ni me jacto de poder enseñar algo que mejore la vida de los hombres y cambie su rumbo. Tampoco tengo bienes ni dinero, ni honor, ni distinciones ante el mundo. Ni siquiera un perro querría seguir viviendo en estas circunstancias. Por eso me he entregado a la magia: para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu me son revelados ciertos misterios; para no tener que decir con agrio sudor lo que no sé; para conseguir reconocer lo que el mundo contiene en su interior....." (Fausto, acto primero)
Efectos Los sujetos que lo padecen poseen un deseo inmoderado o compulsivo de leer, estudiar y penetrar en todos los saberes humanos sin obtener de sus investigaciones ninguna gratificación existencial, antes bien y por el contrario, relatan una angustia profunda y continuada, sumada a una sensación de hastío vivencial que les mantiene sumidos en una importante desazón.
Suelen poseer una gran cultura, reglada oficialmente o no y, cuando sus recursos se lo permiten, están en posesión de enormes bibliotecas cuyo rasgo común es la discontinuidad temática de las materias allí presentes, signo fehaciente de un conocimiento errático, no lineal y estéril profesionalmente.
El sujeto es tan consciente de su superioridad discursiva, que no consigue experimentar placer alguno en la socialización, por entender que no halla interlocutores lo bastante capacitados como para estimularle a una interacción comunicativa positiva. Cuando han de relacionarse públicamente es por force majeure. Incluso el reconocimiento público de su erudición les provoca un notable fastidio, cuando proviene de personas que poseen un listón cultural inferior al suyo.
Parece indudable que muchas de las manifestaciones (histrionismo, narcisismo, insociabilidad, etc.) de este problema pueden ser encuadradas dentro del cluster B de los trastornos de personalidad.
En consulta, tienden a imponerse al terapeuta con una serie de argumentaciones lúcidas cuyo único objeto sería evaluar la capacitación del mismo, al que a menudo, y en efecto, dejan confundido dada la vastedad y brillo de sus observaciones. Este hecho dificulta mucho un tratamiento efectivo del síndrome.
En casos extremos, puede haber rasgos autolíticos, pero rara vez heterolíticos. No es infrecuente el hábito enólico. Dadas las características de este trastorno, no suele haber implicación afectiva con el sexo opuesto y cuando la hay, es dificultosa y desgraciada.
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