viernes, 16 de octubre de 2009

El diamante Hope: El diamante de la muerte

EL valioso diamante Hope se guarda en el Instituto Smithsoniano de Washington. Se diría que sus destellos azules emanan de un corazón frío como el hielo. Parece inofensivo, pero esta joya frígida y brillante posee tales antecedentes de sangre y pasión que ha sido culpada de más de 20 muertes por su impasible belleza.

Durante tres siglos, reyes y mendigos, ladrones y cortesanos, han contemplado su aspecto... y han perdido la razón.

Según la leyenda, la primera de sus víctimas fue un sacerdote hindú que sucumbió ante su embrujo hace 500 años, poco después de extraerse la gema del río Kistnsi, al sudoeste de la India. Se atrevió a robarla de la frente del ídolo de un templo, pero fue descubierto y torturado hasta morir.

El diamante apareció en Eurpa en 1642, en manos de un contrabandista francés llamado Jean Baptiste Tafernier. Con su venta, Tafernier obtuvo dinero suficiente para comprarse un título nobiliario y una propiedad. Pero su hijo contrajo tantas deudas en el juego que hubo de vender cuanto tenía.

Arruinado, volvió a la India para rehacer su fortuna y murió al ser atacado por una jauría de perros salvajes.

Tallado de nuevo

La joya volvió a aparecer como propiedad del rey Luis XIV de Francia, que ordenó fuera tallada de nuevo. De este modo se transformó en una pieza de 67,5 quilates, en lugar de los 112,5 que tenía anteriormente.

Nicolás Fouquet, funcionario del gobierno, que la tomó prestada para asistir a un baile oficial, fue acusado en 1665 de desfalco e ingresó en prisión para el resto de su vida.

El mismo Rey Sol murió enfermo y abandonado, al tiempo que su imperio se derrumbaba tras una serie de reveses militares.

Pero también fallecieron, en circunstancias trágicas, tres miembros más de la real familia que recibieron la caricia del diamante.

La princesa de Lamballe, que apenas se desprendía de él, fue linchada por una multitud. Luis XVI y su esposa Maria Antonieta, que lo habían heredado, murieron en la guillotina.

En la Revolución Francesa

En 1792, en plena turbulencia de la Revolución Francesa, el diamante volvió a desaparecer: esta vez durante casi 40 años, tiempo en que proliferaron numerosas leyendas.

Se dice que un joyero francés, Jacques Celot, tan obsesionado vivía con su belleza que llegó a volverse loco y se suicido. El príncipe ruso Iván Kanitoisski se la regaló a su amante, natural de Paris, pero seguidamente la mató de un tiro y, a su vez fue asesinado.

Se asegura, incluso, que Catalina la Grande de Rusia llevó puesta la joya antes de morir de apoplejía.

El diamante volvió a descubrirse cuando un joyero holandés lo talló hasta su peso actual de 44,5 quilates. Pero su hijo se la robó y él se quitó la vida.

La gema pasó por toda Europa de unas manos sangrientas a otras y llegó hasta Henry Thomas Hope, banquero irlandés inmensamente rico que la adquirió por sólo 30.000 libras y le dio su nombre actual. Su neto moriría arruinado.

Regalo fatal

En 1908 el sultán turco Ahdul Hamil compró el diamante por 400.000 dólares. Se lo regaló a su esposa Subaya y a continuación la mató de una puñalada. Un año después perdió el trono. La joya fatídica llegó a Estados Unidos, donde Ned McLean, magnate de los negocios, la compró en por 154.000 dólares.

En los 40 años siguientes, su hijo Vincent fue atropellado por un automóvil; McLean se arruinó completamente y acabó sus días en un hospital psiquiátrico; su hija murió en 1946 por ingerir barbitúricos, y su esposa Evelyn se hizo morfinómana.

Sólo el joyero Fiarry Winston, que compró la piedra azul a los herederos de la familia McLean, escapó a las insidias de la muerte. Regaló el diamante al Instituto Smithsoniano.

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