A simple vista, Akira Makino parece el clásico japonés de su generación, reservado, prolijo y bien educado. Pero debajo de esa apariencia, se esconde uno de los más oscuros secretos que jamás se hayan contado: Akira diseccionaba los cuerpos de filipinos vivos, porque así se lo ordenaban.
Sucedió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón y su Ejército Imperial estaban al borde del colapso. Ante la falta de victorias contra EEUU, la moral del país y las tropas estaba por el suelo. Y, claro, se buscó un chivo expiatorio: los filipinos. Los Filipinos son espías. Los Filipinos deben sufrir. “Yo no sé si hubo o no realmente espías.”, dijo Makino. “Todo lo que se necesitaba era que alguien dijera que los había. Sabíamos que perderíamos la guerra. Nuestro estado psicológico era muy extraño entonces. En esas condiciones, podíamos hacer cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa.”
Y vaya que lo hicieron. En el curso de cuatro meses, Akira abrió los cuerpos de 10 prisioneros de guerra filipinos, entre ellos dos chicas adolescentes. El amputaba sus miembros, quitaba sus riñones y extraía sus corazones todavía latiendo.
“Fue educacional”, dijo. “Incluso hoy cuando voy a ver doctores, se impresionan de mi conocimiento del cuerpo humano. Pero si debo ser sincero, la razón por lo que lo hicimos fue para vengarnos de esa gente que estaba espiando para los americanos. Ahora, por supuesto, me siento terrible acerca de las cosas crueles que hice, y pienso muy seguido en ello. Pero en ese tiempo lo que sentía por esa gente estaba más cerca al odio que a la piedad.”
Terminada la guerra, Makino regresó a su hogar. Pero el pasar de los años no pudo borrar los recuerdos de sus cruentas acciones. Su conciencia lo torturaba, y comenzó a regresar a Filipinas a tratar de resarcirse por sus acciones: construyó memoriales de la guerra, donó ropa a los pobres, compró uniformes para un equipo local de baseball e hizo un peregrinaje con monjes budistas, todo para intentar olvidar. Pero fue en vano, y Akira, luego de 62 años, terminó por quebrarse y confesar sus crímenes. Algo que históricamente es de gran valor, ya que poco se ha documentado los hechos acontecidos en Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial.
“La primera vez fue con un prisionero, un hombre de edad media. El ya estaba entregado, no hubo lucha. Estaba atado a una cama y anestesiado con éter, así que estaba completamente inconsciente. El Teniente me mostró qué debía hacer. Él lo corto, señaló, y dijo ‘Aquí está el hígado, aquí los riñones, aquí está el corazón.’ El corazón todavía estaba latiendo, entonces cortó el corazón y me mostró el interior. Allí fue cuando murió.”, se confiesa Makino. “No quise hacerlo, pero fue una orden, ¿entiende?”, asegura desconsolado. “En ese tiempo, si un comandante te daba una orden se entendía que era una orden del Emperador, y el Emperador era un dios . No tuve opción – si desobedecía, me hubiesen matado.”
Uno de los extractos más aberrantes de su confesión fue la crónica de la disección de las dos jóvenes. “Dos de las víctimas eran mujeres, mujeres jóvenes, 18 o 19 años. Dudo en decirlo, pero abrimos sus úteros para mostrárselos a los soldados más jóvenes. Ellos sabían muy poco de mujeres – fue educación sexual.”
Hoy en día, luego de haberse casado y tener dos hijos, Akira regresa a Filipinas cada vez que puede. Publicó un panfleto y habla en escuelas sobre los horrores de la guerra. Se confesó el pasado mes de octubre en una entrevista para un periódico japonés. “Se me escapó”, dijo. “Pero ahora que he hablado de ello, no debo parar.” Es que a pesar de lo importante de su verdad, son pocas las agencias de noticia orientales que se animan a hablar del tema, y Akira fue ignorado. “Tengo que hablar de esto, contar la historia a niños que no saben nada de estas cosas. Me trae paz, pero no paz completa. Fue bajo órdenes, entienda. Pero se que hice una cosa terrible.”
¿Se pueden perdonar semejantes crímenes aunque haya arrepentimiento sincero? La respuesta yace en la consciencia de cada uno.
Sucedió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón y su Ejército Imperial estaban al borde del colapso. Ante la falta de victorias contra EEUU, la moral del país y las tropas estaba por el suelo. Y, claro, se buscó un chivo expiatorio: los filipinos. Los Filipinos son espías. Los Filipinos deben sufrir. “Yo no sé si hubo o no realmente espías.”, dijo Makino. “Todo lo que se necesitaba era que alguien dijera que los había. Sabíamos que perderíamos la guerra. Nuestro estado psicológico era muy extraño entonces. En esas condiciones, podíamos hacer cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa.”
Y vaya que lo hicieron. En el curso de cuatro meses, Akira abrió los cuerpos de 10 prisioneros de guerra filipinos, entre ellos dos chicas adolescentes. El amputaba sus miembros, quitaba sus riñones y extraía sus corazones todavía latiendo.
“Fue educacional”, dijo. “Incluso hoy cuando voy a ver doctores, se impresionan de mi conocimiento del cuerpo humano. Pero si debo ser sincero, la razón por lo que lo hicimos fue para vengarnos de esa gente que estaba espiando para los americanos. Ahora, por supuesto, me siento terrible acerca de las cosas crueles que hice, y pienso muy seguido en ello. Pero en ese tiempo lo que sentía por esa gente estaba más cerca al odio que a la piedad.”
Terminada la guerra, Makino regresó a su hogar. Pero el pasar de los años no pudo borrar los recuerdos de sus cruentas acciones. Su conciencia lo torturaba, y comenzó a regresar a Filipinas a tratar de resarcirse por sus acciones: construyó memoriales de la guerra, donó ropa a los pobres, compró uniformes para un equipo local de baseball e hizo un peregrinaje con monjes budistas, todo para intentar olvidar. Pero fue en vano, y Akira, luego de 62 años, terminó por quebrarse y confesar sus crímenes. Algo que históricamente es de gran valor, ya que poco se ha documentado los hechos acontecidos en Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial.
“La primera vez fue con un prisionero, un hombre de edad media. El ya estaba entregado, no hubo lucha. Estaba atado a una cama y anestesiado con éter, así que estaba completamente inconsciente. El Teniente me mostró qué debía hacer. Él lo corto, señaló, y dijo ‘Aquí está el hígado, aquí los riñones, aquí está el corazón.’ El corazón todavía estaba latiendo, entonces cortó el corazón y me mostró el interior. Allí fue cuando murió.”, se confiesa Makino. “No quise hacerlo, pero fue una orden, ¿entiende?”, asegura desconsolado. “En ese tiempo, si un comandante te daba una orden se entendía que era una orden del Emperador, y el Emperador era un dios . No tuve opción – si desobedecía, me hubiesen matado.”
Uno de los extractos más aberrantes de su confesión fue la crónica de la disección de las dos jóvenes. “Dos de las víctimas eran mujeres, mujeres jóvenes, 18 o 19 años. Dudo en decirlo, pero abrimos sus úteros para mostrárselos a los soldados más jóvenes. Ellos sabían muy poco de mujeres – fue educación sexual.”
Hoy en día, luego de haberse casado y tener dos hijos, Akira regresa a Filipinas cada vez que puede. Publicó un panfleto y habla en escuelas sobre los horrores de la guerra. Se confesó el pasado mes de octubre en una entrevista para un periódico japonés. “Se me escapó”, dijo. “Pero ahora que he hablado de ello, no debo parar.” Es que a pesar de lo importante de su verdad, son pocas las agencias de noticia orientales que se animan a hablar del tema, y Akira fue ignorado. “Tengo que hablar de esto, contar la historia a niños que no saben nada de estas cosas. Me trae paz, pero no paz completa. Fue bajo órdenes, entienda. Pero se que hice una cosa terrible.”
¿Se pueden perdonar semejantes crímenes aunque haya arrepentimiento sincero? La respuesta yace en la consciencia de cada uno.
Un poco salvajes estas personas. Todos se dan golpes de pecho por las bombas de Hirosima Y Nagazaki pero estas historias muestran hasta donde llegaron los japoneses y de como serian de bárbaros si hubieran tenido más poder en sus manos
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