Un artículo titulado “Stonehenge, the big hoax”, adelantado en la edición digital de EEUU, el arqueólogo Mike Parker Pearson pone encima de la mesa las pruebas que demuestran que el 90% de las piedras que hoy vemos en Stonehenge no pertenecen a la formación original y fueron colocadas en sucesivas “restauraciones” como parte de un gran montaje. Y para atestiguarlo, aporta la correspondencia entre los autores del engaño y las autoridades británicas desde el año 1898 en adelante.
Entre la documentación aportada por Parker Pearson hay cartas, planos, bocetos del proyecto y una colección de fotografías que hasta ahora no habían visto la luz. En muchas de ellas puede observarse a los operarios al servicio de Su Majestad levantando con grúas las pesadas piedras y colocándolas unas sobre otras para simular una gran formación de megalitos. “Debemos construir algo grande”, aseguraba el ingeniero jefe en una misiva de febrero de 1901, “un monumento que ponga Gales en la mente de todos y haga palidecer los hallazgos del continente [franceses]”.
El autor del artículo, el profesor Parker Pearson, lleva más de diez años dedicado al estudio de este monumento y es el primero en reconocer, con cierto sonrojo, que él mismo ha sido víctima de un montaje de proporciones colosales que ha durado más de cien años. Pearson se topó con la primera pista mientras realizaba un análisis rutinario de la base del altar central, durante uno de los muchos trabajos que ha realizado en la zona.
Como parte del análisis, su equipo analizó esta roca y el resto del círculo central que aparecen en los pocos grabados del monumento anteriores al siglo XX y las comparó con el conjunto. El resultado les dejó sin aliento: cerca del 90% de las grandes rocas de dolerita presentaban una variedad de feldespato incompatible con las rocas de las colinas de Preseli, de donde proceden los megalitos más antiguos. En otras palabras: algo no encajaba en el puzle de Stonehenge.
Intrigado por los datos, Pearson comenzó a indagar sobre la historia de la excavación y empezó a atar cabos. Revisó los primeros planos de Stonehenge, la documentación primigenia y llegó hasta un misterioso personaje llamado William Gowland, que había trabajado en una primera “restauración” del monumento en 1901. Después de dos años, la investigación le llevó hasta una vieja mansión en Amesbury, perteneciente al propio Gowland, y a varias casas en el entorno de Stonehenge, donde encontró todas las claves para desmontar el engaño.
Los documentos oficiales reconocen a William Gowland como el ingeniero que ayudó en 1901 a restaurar parte de la formación y a levantar la piedra 56, en la parte oeste del gran Trilithon, pero la realidad es que añadió al menos una docena de piedras más y tramó el plan para que en los años posteriores se añadieran decenas de ellas sin conocimiento de la opinión pública.
“La cabeza me daba vueltas”, escribe Parker Pearson en National Geographic. “Había decenas de cartas entre Gowland y alguien del gobierno que firmaba como 'Mr. H' en las que detallaban un meticuloso plan para convertir la zona en un foco de atracción basado en la cultura druida, y que debía mantenerse en el más absoluto secreto".
Por lo que se deduce de las notas, el plan fue tramado por el círculo de amistades de Gowland, que incluía a Alfred Harvey (muy bien situado en las más altas esferas de la administración y posible 'Mr. H') y varios poetas de poco renombre y especialmente interesados por la historia británica.
"Será como un sueño druida", escribía el poeta Milton Partridge en una carta a Gowland. "Debéis hacer algo a la altura de sir Walter Scott, digno del Rey Arturo". En otro de los documentos, firmado por un amigo astrónomo de Gowland, Douglas Byron, se presentan varios mapas del cielo de Gales durante el solsticio de verano y la disposición que deben tener las rocas para conseguir el alineamiento. "Es una planificación concienzuda", insiste Parker Pearson, "se tomaron tiempo de pensar hasta en el último detalle".
“Las fotografías acabaron de convencerme”, asegura Pearson. Algunas estaban en las casas y otras se las han proporcionado fuentes del gobierno británico, que siguen desde hace meses su investigación y que, aunque no se han pronunciado, tampoco han negado los hechos.
La investigación de Pearson revela que hubo tres "restauraciones" sucesivas, en 1901, 1919 y 1920, y una última en 1958, en las que se añadieron rocas y monolitos falsificados y se ocultó la información a la sociedad británica. Las pruebas fotográficas y documentales muestran que todo fue una gran mentira aunque, como dice Pearson, “parece increíble que algo tan evidente haya tardado tantos años en salir a la luz”.
La documentación original tardará varias semanas en ser publicada, pero las pruebas que presenta National Geographic en este número especial de enero parecen tener suficiente contundencia como para hacer tambalearse el mito de Stonehenge y cuestionar la forma en que ha trabajado la Arqueología en los últimos años.
El reportaje de National Geographic no fue otra cosa que una broma por el April Fool's day, si no me equivoco...
ResponderEliminar¿Habrá quién la crea a la National Geographic? Eso me huele a una intentona de confundir y desinformar..
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