"Ya no puedo más"
Estas son las últimas palabras que pronunció el alpinista Toni Kurz antes de morir. La expedición de la que formaba parte protagonizó uno de los sucesos más trágicos de la historia del alpinismo: durante el ascenso de la pared norte del Eiger(Ogro en alemán) (tambien llamada Pared Asesina) , los compañeros de Kurz fueron muriendo uno a uno y él se quedó solo, colgando del extremo de una cuerda, luchando por mantenerse con vida en las más terribles circunstancias mientras el equipo de rescate no podía hacer nada para salvarlo. Su tenacidad y su sufrimiento heroico lo convirtieron en un escalador legendario.
Estas son las últimas palabras que pronunció el alpinista Toni Kurz antes de morir. La expedición de la que formaba parte protagonizó uno de los sucesos más trágicos de la historia del alpinismo: durante el ascenso de la pared norte del Eiger(Ogro en alemán) (tambien llamada Pared Asesina) , los compañeros de Kurz fueron muriendo uno a uno y él se quedó solo, colgando del extremo de una cuerda, luchando por mantenerse con vida en las más terribles circunstancias mientras el equipo de rescate no podía hacer nada para salvarlo. Su tenacidad y su sufrimiento heroico lo convirtieron en un escalador legendario.
En 1936, cuatro montañeros intentaron la difícil ascensión de la cara norte del Eiger (3970 m. de altura), en los Alpes suizos.
Dos alpinistas, Edi Rainer y Willi Angerer, eran austriacos y los otros dos, Anderl Hinterstoisser y Toni Kurz, alemanes. Kurz era especialmente alegre y afectuoso y se había ganado el cariño de todos sus compañeros. Todos eran jóvenes: el de más edad, Angerer, tenía veintisiete años; Kurz y Hinterstoisser, sólo veintitrés.
El sábado 18 de julio de 1936 las dos cordadas, Angerer-Rainer y Hinterstoisser-Kurz, que habían iniciado el ascenso por separado, decidieron unirse.
Desde abajo, los cuatro hombres eran observados con prismáticos por algunos espectadores (curiosos, reporteros, guías de montaña y alpinistas) que manifestaron su admiración por la rapidez y la seguridad que mostraban en el ascenso.
Sin embargo, la segunda cordada -la de Rainer y Angerer- comenzó a tener dificultades y a avanzar con lentitud. Podía apreciarse cómo uno de ellos se apoyaba en el otro. Al parecer, Angerer había sido golpeado por una roca y Rainer intentaba ayudarlo. Cuando la primera cordada -Hinterstoisser y Kurz- descubrieron las dificultades de sus compañeros les tiraron una cuerda. Finalmente, consiguieron subir a Angerer y pasaron la noche todos juntos en el lugar donde se encontraban.
A las 7 de la mañana del día siguiente, 19 de julio, iniciaron de nuevo el ascenso. Las dos cordadas se habían unido. Los espectadores que los seguían observando desde abajo descubrieron que avanzaban con más dificultad que el día anterior. Podían estar agotados o ir más lentos a causa del compañero herido.
El lunes 20 de julio, a las 7 de la mañana, se apreció movimiento en el campamento de altura, un lugar diminuto en el que los cuatro montañeros cabían con dificultad. Sólo Kurz y Hinterstoisser iniciaron el ascenso. Al parecer, Angerer no se encontraba en condiciones de proseguir. De repente, Kurz y Hinterstoisser se pararon y retrocedieron hasta el lugar en el que estaban los austriacos. Finalmente, todos decidieron abandonar la escalada. Sin duda, consideraron que la vida humana era más importante que conseguir llegar a la cima.
El martes 21 los espectadores vieron que el grupo, que descendía a buen ritmo, sólo se componía de tres personas ¿se habría caído uno de ellos?
Para empeorar todavía más la situación, se levantó una tormenta. Se oyó un fuerte ruido de piedras cayendo y de aludes de nieve polvo. El tiempo fue cambiando con rapidez. La lluvia, que fue rociando las rocas, se convirtió en hielo y era imposible utilizar el camino de retorno. Los especialistas empezaron a presentir que iba a suceder una tragedia.
Tras la tormenta, unos gritos desesperados pidieron ayuda:
¡Socorro! ¡Socorro! Mis compañeros están todos muertos y sólo yo sigo aún con vida! ¡Socorro!
El guardavía, Albert von Allmen, oyó al único sobreviviente de la expedición, Kurz, y lo tranquilizó diciéndole que en seguida buscaba ayuda. Los guías de montaña Hans Schlunegger, Christian y Adolf Rubi de Wengen se pusieron en marcha con rapidez, incluso desobediciendo las órdenes recibidas.
Cuando localizaron a Kurz, le aseguraron que lo iban a salvar y le pidieron que mantuviese la calma. Toni quería que subieran más, hasta donde se encontraba, pero le respondieron que era imposible a causa del hielo. El día llegó a su fin. Los guías le preguntaron si podía aguantar hasta la mañana siguiente.
-”¡No, no, no!”- gritó desesperadamente el alpinista a través de la niebla y la tormenta.
Los guías sabían que tenían que abandonarlo porque de noche era imposible su rescate pero se sentían angustiados e impotentes. Le aseguraron que regresarían al día siguiente, a primera hora, e iniciaron el descenso oyendo a sus espaldas los gritos de angustia de Kurt.
Toni Kurt se encontraba ya al límite de sus posibilidades pero estaba decidido a luchar por su vida y resistió colgado de un anillo de cuerda, azotado por la tormenta, aguantando el estrépito de las piedras que caían y las bajísimas temperaturas. Perdió el guante de su mano izquierda y sus dedos se congelaron, quedando su mano inerte, incapaz de realizar movimiento alguno.
A la mañana siguiente, los guías le indicaron que la única manera de rescatarlo era que consiguiera más cuerda para descender. Tenía que hacer caer el cuerpo sin vida de Angerer y coger su cuerda, destrenzarla, anudar unas partes a otras, y echársela a ellos.
Kurz respondió:
- “Lo voy a intentar”.
Resultaba increíble que Kurz pudiera realizar tantos esfuerzos con la mano izquierda congelada, pero logró cortar ocho metros de cuerda. Después la destrenzó con una sola mano y con los dientes. Finalmente, consiguió lanzar el cordel a los guías, que anudaron a él una cuerda, clavos, mosquetones y un martillo. Kurz, al límite de sus fuerzas, consiguió izar esos objetos. La cuerda resultó ser demasiado corta y los guías anudaron otra a ella. Toni al fin pudo iniciar el descenso, sentado en un anillo de cuerda que estaba enganchado a su cuerda con un mosquetón. Bajó hasta treinta y cinco metros, pero, de repente, el nudo que unía las cuerdas chocó con el mosquetón del asiento de descenso.
Los guías le pidieron que intentase hacer pasar el nudo, lo animaron con desesperación, pidiéndole que hiciese un esfuerzo más que le permitiera superar el último obstáculo para seguir con vida. Kurz movió los labios con enorme esfuerzo y dijo:
- “Ya no puedo más”.
Dos alpinistas, Edi Rainer y Willi Angerer, eran austriacos y los otros dos, Anderl Hinterstoisser y Toni Kurz, alemanes. Kurz era especialmente alegre y afectuoso y se había ganado el cariño de todos sus compañeros. Todos eran jóvenes: el de más edad, Angerer, tenía veintisiete años; Kurz y Hinterstoisser, sólo veintitrés.
El sábado 18 de julio de 1936 las dos cordadas, Angerer-Rainer y Hinterstoisser-Kurz, que habían iniciado el ascenso por separado, decidieron unirse.
Desde abajo, los cuatro hombres eran observados con prismáticos por algunos espectadores (curiosos, reporteros, guías de montaña y alpinistas) que manifestaron su admiración por la rapidez y la seguridad que mostraban en el ascenso.
Sin embargo, la segunda cordada -la de Rainer y Angerer- comenzó a tener dificultades y a avanzar con lentitud. Podía apreciarse cómo uno de ellos se apoyaba en el otro. Al parecer, Angerer había sido golpeado por una roca y Rainer intentaba ayudarlo. Cuando la primera cordada -Hinterstoisser y Kurz- descubrieron las dificultades de sus compañeros les tiraron una cuerda. Finalmente, consiguieron subir a Angerer y pasaron la noche todos juntos en el lugar donde se encontraban.
A las 7 de la mañana del día siguiente, 19 de julio, iniciaron de nuevo el ascenso. Las dos cordadas se habían unido. Los espectadores que los seguían observando desde abajo descubrieron que avanzaban con más dificultad que el día anterior. Podían estar agotados o ir más lentos a causa del compañero herido.
El lunes 20 de julio, a las 7 de la mañana, se apreció movimiento en el campamento de altura, un lugar diminuto en el que los cuatro montañeros cabían con dificultad. Sólo Kurz y Hinterstoisser iniciaron el ascenso. Al parecer, Angerer no se encontraba en condiciones de proseguir. De repente, Kurz y Hinterstoisser se pararon y retrocedieron hasta el lugar en el que estaban los austriacos. Finalmente, todos decidieron abandonar la escalada. Sin duda, consideraron que la vida humana era más importante que conseguir llegar a la cima.
El martes 21 los espectadores vieron que el grupo, que descendía a buen ritmo, sólo se componía de tres personas ¿se habría caído uno de ellos?
Para empeorar todavía más la situación, se levantó una tormenta. Se oyó un fuerte ruido de piedras cayendo y de aludes de nieve polvo. El tiempo fue cambiando con rapidez. La lluvia, que fue rociando las rocas, se convirtió en hielo y era imposible utilizar el camino de retorno. Los especialistas empezaron a presentir que iba a suceder una tragedia.
Tras la tormenta, unos gritos desesperados pidieron ayuda:
¡Socorro! ¡Socorro! Mis compañeros están todos muertos y sólo yo sigo aún con vida! ¡Socorro!
El guardavía, Albert von Allmen, oyó al único sobreviviente de la expedición, Kurz, y lo tranquilizó diciéndole que en seguida buscaba ayuda. Los guías de montaña Hans Schlunegger, Christian y Adolf Rubi de Wengen se pusieron en marcha con rapidez, incluso desobediciendo las órdenes recibidas.
Cuando localizaron a Kurz, le aseguraron que lo iban a salvar y le pidieron que mantuviese la calma. Toni quería que subieran más, hasta donde se encontraba, pero le respondieron que era imposible a causa del hielo. El día llegó a su fin. Los guías le preguntaron si podía aguantar hasta la mañana siguiente.
-”¡No, no, no!”- gritó desesperadamente el alpinista a través de la niebla y la tormenta.
Los guías sabían que tenían que abandonarlo porque de noche era imposible su rescate pero se sentían angustiados e impotentes. Le aseguraron que regresarían al día siguiente, a primera hora, e iniciaron el descenso oyendo a sus espaldas los gritos de angustia de Kurt.
Toni Kurt se encontraba ya al límite de sus posibilidades pero estaba decidido a luchar por su vida y resistió colgado de un anillo de cuerda, azotado por la tormenta, aguantando el estrépito de las piedras que caían y las bajísimas temperaturas. Perdió el guante de su mano izquierda y sus dedos se congelaron, quedando su mano inerte, incapaz de realizar movimiento alguno.
A la mañana siguiente, los guías le indicaron que la única manera de rescatarlo era que consiguiera más cuerda para descender. Tenía que hacer caer el cuerpo sin vida de Angerer y coger su cuerda, destrenzarla, anudar unas partes a otras, y echársela a ellos.
Kurz respondió:
- “Lo voy a intentar”.
Resultaba increíble que Kurz pudiera realizar tantos esfuerzos con la mano izquierda congelada, pero logró cortar ocho metros de cuerda. Después la destrenzó con una sola mano y con los dientes. Finalmente, consiguió lanzar el cordel a los guías, que anudaron a él una cuerda, clavos, mosquetones y un martillo. Kurz, al límite de sus fuerzas, consiguió izar esos objetos. La cuerda resultó ser demasiado corta y los guías anudaron otra a ella. Toni al fin pudo iniciar el descenso, sentado en un anillo de cuerda que estaba enganchado a su cuerda con un mosquetón. Bajó hasta treinta y cinco metros, pero, de repente, el nudo que unía las cuerdas chocó con el mosquetón del asiento de descenso.
Los guías le pidieron que intentase hacer pasar el nudo, lo animaron con desesperación, pidiéndole que hiciese un esfuerzo más que le permitiera superar el último obstáculo para seguir con vida. Kurz movió los labios con enorme esfuerzo y dijo:
- “Ya no puedo más”.
Su cuerpo se volcó hacia adelante y se quedó suspendido, colgando de la cuerda, a pocos metros de un equipo de rescate que no pudo hacer nada más por salvarle.
La prensa suiza (imagen superior) se ocupó de la trágica noticia destacando, esencialmente, el comportamiento heroico de los guías locales.
Dos años más tarde, una nueva expedición logró con éxito la ascensión por la cara norte. En tres días, dos cordadas aunadas: Anderl Heckmair-Ludwig Vörg y Fritz Kasparek-Heinrich Harrer llegaron a la cima.
Dos años más tarde, una nueva expedición logró con éxito la ascensión por la cara norte. En tres días, dos cordadas aunadas: Anderl Heckmair-Ludwig Vörg y Fritz Kasparek-Heinrich Harrer llegaron a la cima.
Heinrich Harrer durante la ascensión al Eiger en 1938
Heinrich Harrer recogió en su libro La araña blanca la historia de aquella escalada pero, además, relató los dramáticos intentos anteriores de escalar la terrible pared, resaltando el dramático descenso del valeroso alpinista Toni Kurz.
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