Había algo extraño en ese velero de dos mástiles que daba bandazos, sacudido por el oleaje del Atlántico. Al principio no fue fácil discernir qué era lo que tenía de raro, pero sin duda algo no andaba bien en él. La tripulación del bergantín De! Grano, reunida en cubierta, observó el rumbo errático que llevaba el misterioso barco, al que un tiempo antes había visto emerger como una pequeña mancha blanca en el horizonte grisáceo. El Dei Gratia se fue acercando lentamente al velero, hasta que, a primeras horas de la tarde, el capitán David Morehouse tomó un nimbo paralelo y comenzó a observar el extraño aspecto que ofrecía el barco a través de sus catalejos.
Morehouse advirtió que el barco misterioso era, como el suyo, un bergantín sólidamente aparejado; pero éste sólo mantenía desplegadas dos velas; las otras aparecían hechas jirones o estaban recogidas. La enigmática embarcación, empujada por las suaves ráfagas del viento, viraba de izquierda a derecha como si el timonel estuviera borracho.
Pero el capitán Morehouse no tardó en averiguar por qué ese barco no navegaba en línea recta y uniforme: cuando el Dei Gratia se acercó al barco misterioso, el capitán pudo comprobar que no había nadie al timón, no aparecía nadie en la cubierta y, en general, no se observaban signos de vida. Morehouse hizo señales, pero nadie contestó desde ese velero fantasmal desconocido. Ordenó que se bajara una lancha y que tres hombres trasbordaran; los tres marineros, cuando se hubieron aproximado al velero, gritaron «Ah del barco!... iAh del barco!» Pero no obtuvieron respuesta. En la lancha se desplazaron hasta la popa del velero y leyeron el nombre que allí estaba pintado: Mary Celeste, Nueva York.
La última vez que se había visto al Mary Celeste había sido un mes atrás, el 1 de noviembre de 1872, cuando el barco zarpó de Nueva York con rumbo Génova, portando una carga de 1700 barriles de alcohol en bruto. A bordé estaban el capitán, Benjamin Spooner Briggs —un americano de 37 años— i ¡su primer oficial, Albert Richardson, que comandaban una tripulación compuesta por siete marineros. También viajaban a bordo Sarah, la esposa del capitán, y su pequeña hija de dos años, Sophie. Briggs, un hombre barbudo, honesto y creyente, hacía su primer viaje en el Marv Celeste; anteriormente habla sido, capitán de un barco y luego de una goleta; obtuvo su oportunidad de mandar el Mary Celeste cuando el consorcio dueño del barco le ofrecía tener una participación, la tercera parte del velero que anteriormente ostenta, A el nombre de The Amazon. Los propietarios dieron al velero su nuevo nombre y lo sometieron a reparaciones que en realidad no resultaban imprescindibles. antes de enviarlo hacia el invierno del Atlántico.
El Mary Celeste zarpó del East River de Nueva York y puso proa hacia las Azores, que según el libro de a bordo fueron avistadas el 24 de noviembre. En ese lapso, el tiempo fue bueno y la señora Briggs pudo pasar muchas mañanas en cubierta; por las tardes trabajaba con su máquina de coser o tocaba el armonio (había persuadido a su marido para llevarlo con ellos). Sin embargo, una vez pasadas las Azores, el tiempo empeoré. Soplaba una considerable galerna, algo que no era suficientemente serio como para preocupar a un capitán experimentado. Briggs se limitó a ordenar que se recogieran algunas velas. No cundió el pánico y así lo demuestran las anotaciones del cuaderno de bitácora, que sólo consigna hechos ordinarios. El día siguiente fue 25 de noviembre; por la mañana se anotó en el libro de a bordo la orientación del barco. Y ése fue el último apunte que registraba el libro.
Diez días después, el bote del Dei Gratia atracó a un costado del Mary Celeste. El primer oficial, Oliver Deveau, y el segundo de a bordo, John Wright, subieron al velero y dejaron al tercer marinero atrás, a fin de asegurar la lancha. Deveau y Wright examinaron el barco, y lo que encontraron no hizo más que profundizar el misterio. El viento agitaba libremente el cordaje. El timón oscilaba en silencio; el agua entraba y salía por la puerta de la cocina, que estaba abierta; los marinos encontraron una brújula aplastada; el bote de desembarco había desaparecido Pero bajo las cubiertas, el panorama era aún más extrañamente normal: todo parecía en orden, salvo que no habla persona alguna. En el camarote del capitán estaba el armonio de la señora Briggs, fabricado de palo de rosal; sobre el instrumento aparecía una partitura abierta. La máquina de coser descansaba sobre la mesa; los juguetes de la pequeña Sophie, tiernos polizones, aparecían cuidadosamente ordenados.
En los camarotes de la tripulación, la escena era igualmente normal; la ropa lavada colgaba de una cuerda, donde la habían puesto a secar, y la ropa seca se apilaba sobre las literas en orden, tal como la hablan dejado. En la cocina era evidente que se esto yo preparando el desayuno, aunque sólo la mitad de las raciones parecía había sido servida. Deveau y Wright volvieron a su bergantín e informaron a Morehouse de sus descubrimientos. El capitán sugirió que tal vez el Mary Celeste hubiera sido abandonado por su tripulación durante una tormenta.
Pero Deveau preguntó ¿Por qué, entonces, la botella con jarabe para la tos permaneció abierta sobo la mesa sin derramarse? ¿Y cómo no se rompieron los platos y los adornos encontrados en el camarote del capitán? Un motín, sugirió Morehouse; peo en el Mary Celeste no se encontraron indicios de que se hubiera producido una lucha; y además ¿no era improbable que los amotinados abandonaran el barco junto con sus víctimas? Quizá el barco había comenzado a hacer agol Deveau admitió que en la bodega el agua subía casi a un metro y que en la cubierta yacía abandonada la vara de sondeo. Pero un metro de agua es cantidad normal que se acumula en un viejo barco de casco de madera después de diez días de navegación, y se la podría haber achicado fácilmente bombeándola. Morehouse decidió dejar de lado preguntas que no tenían respuesta y centrarse por entonces en los problemas más importantes: salvar lo que se diera, por ejemplo. De manera que envió al barco a la deriva a algunos de tripulantes que en unas pocas horas de bombeo dejaron la bodega constantemente seca. Al día siguiente, los marineros repararon el aparejo.
El capitán sólo podía utilizar a tres de sus siete tripulantes para conducir a puerto al Mary Celeste. Eligió para esa tarea a Deveau y a los marineros Augustus Anderson y Charles Lund. En lo que constituye una proeza de habilidad náutica, los tres hombres consiguieron conducir al Mary Celeste, a lo largo de 1.100 kilómetros, hasta el que seria su primer puerto de escala, Gibraltar; allí estaba esperándolos el Dei Gratia. Las autoridades británicas de Gibraltar se hicieron cargo del Mary Celeste y ordenaron una investigación. Morehouse, Deveau y sus hombres fueron sometidos a largos interrogatorios. Se supo que bajo la litera del capitán Briggs se había hallado una espada con manchas de sangre: ¿no probaba esto que en el Mary Celeste tuvieron que ocurrir cosas muy graves? Pero una vez que se examinó la espada, quedó claro que sus manchas no eran de sangre.
La investigación comprobó que nueve barriles de alcohol estaban vacíos y que otro estaba abierto: ¿no se habría sublevado la tripulación mediante una borrachera? Deyeau explicó pacientemente a la comisión investigadora que bajo las cubiertas el barco estaba en perfecto orden. ¿No habría cedido Briggs al pánico durante una tormenta y ordenado que se utilizara el bote salvavidas? No había señales de nada semejante: el camarote del capitán estaba todo lo ordenado que pueda esperarse de la habitación de un caballero; la mesa del desayuno estaba puesta, e incluso el capitán había retirado cuidadosamente las cáscaras de los huevos hervidos, que permanecían intactos en su plato. Pero el problema que más desconcertó a los investigadores lo constituyó el encontrar respuestas convincentes para estas preguntas: ¿Cómo pudo el Mary Celeste mantener el rumbo, sin tripulación, durante diez días y 926 kilómetros?
Cuando el Dei Gratia se emparejó con el misterioso velero, Morehouse navegaba rumbo a un puerto; el Mary Celeste estaba rumbo a estribor. Según la comisión, resultaba inconcebible que el Mary Celeste hubiera navegado un trayecto tan largo con el velamen tal corno lo encontró Morehouse. Alguien hubo abordar el barco durante algunos días, después de la última anotación en el cuaderno de bitácora. Las autoridades de Gibraltar estaban seguras de que el bote salvavidas del Mary Celeste aparecería pronto, para dar respuesta a todas las preguntas. Pero el bote no apareció jamás y, el 10 de marzo de 1873, el tribunal de la comisión Investigadora acordó compensar a Morehouse y a sus hombres con la poco generosa cantidad de 1700 libras, muy escasa si se tiene en cuenta lo que éstos habían salvado del mar al rescatar al Mary Celeste: alrededor del 15% del valor de ese barco de 200 toneladas de carga.
La investigación fue cerrada, pero las discusiones continuaron se afirmó que los tripulantes del Mary Celeste habían sido capturados por piratas o atrapados por un pulpo gigantesco, o que habían chocado; algunos supusieron que el capitán había enloquecido. Sin embargo, la más extraordinaria de las teorías sobre el caso del Manry Celeste fue sugerida cuarenta años más tarde, en 1913. Howard Linford, director de un colegio de Hampstead, Londres, dio a conocer un manuscrito sorprendente que un antiguo empleado del colegio le había dejado en herencia. El empleado se llamaba Abel Fosdyk y en su juventud había realizado numerosos viajes. En el documento que en su lecho de muerte entregó al director del colegio, Fosdyk revelaba que, aunque no quedó registrado oficialmente entre los pasajeros, había sido uno de los hombres que viajó en el Mary Celeste, de cuya tragedia era el único sobreviviente. El manuscrito de Fosdvk dice que durante el viaje el capitán Briggs encontró a su pequeña hija jugando cerca del bauprés, la yerga que sobresale de la proa en los veleros. Entonces ordenó al carpintero que hiciera una plataforma segura, para que la niña pudiera jugar sin peligro en su sitio favorito.
A fin de asegurar la plataforma el carpintero practicó profundas muescas en el casco de madera, debajo del bauprés, a ambos lados de la proa. Ése era el origen de las misteriosas marcas que, ciertamente, fueron observadas en el Mary Celeste. Un día de calma, Briggs —dice el manuscrito— sostuvo con su primer oficial una discusión acerca de la capacidad humana para nadar con la ropa puesta. El excéntrico capitán, en el calor de la discusión, saltó del barco al agua para probar su teoría. Todos los tripulantes y pasajeros se precipitaron hacía la plataforma recién construida, para ver mejor el espectáculo fue entonces cuando las maderas de la plataforma se quebraron arrojando al mar a todos.
Pronto aparecieron los tiburones, que dieron cuenta de todos los pasajeros con excepción de Eosdyk, que se aferró a los restos de la plataforma hasta que las corrientes lo arrastraron a la costa de África. Aunque impresionó vivamente a los lectores de todo el mundo, el relato fue rechazado por inverosímil. Así, lo que en verdad sucedió a la tripulación y a los pasajeros del Mary Celeste sigue siendo hasta hoy un misterio.
Veamos qué destino tuvo el barco. Cuando el tribunal de la comisión investigadora de Gibraltar dio por finalizada su labor, el Mary Celeste volvió a estar disponible pero los marineros se negaban a trabajar en ese barco creían que era un barco maldito. El Mary Celeste cambió de manos diecisiete veces durante los once años siguientes, hasta que en 1884 fue adquirido por un grupo de empresarios de Boston. Los nuevos dueños aseguraron el barco por una gran suma de dinero y lo fletaron rumbo a Haití. Allí, un día claro y con la mar en calma, el capitán puso proa hacia un arrecife de coral, donde el barco se hizo pedazos. El intento de fraude fue descubierto y el capitán y los empresarios tuvieron que comparecer ante un tribunal. Mientras tanto, el viejo casco de madera del Mary Celeste se pudría, invisible, en un remoto arrecife caribeño.
Morehouse advirtió que el barco misterioso era, como el suyo, un bergantín sólidamente aparejado; pero éste sólo mantenía desplegadas dos velas; las otras aparecían hechas jirones o estaban recogidas. La enigmática embarcación, empujada por las suaves ráfagas del viento, viraba de izquierda a derecha como si el timonel estuviera borracho.
Pero el capitán Morehouse no tardó en averiguar por qué ese barco no navegaba en línea recta y uniforme: cuando el Dei Gratia se acercó al barco misterioso, el capitán pudo comprobar que no había nadie al timón, no aparecía nadie en la cubierta y, en general, no se observaban signos de vida. Morehouse hizo señales, pero nadie contestó desde ese velero fantasmal desconocido. Ordenó que se bajara una lancha y que tres hombres trasbordaran; los tres marineros, cuando se hubieron aproximado al velero, gritaron «Ah del barco!... iAh del barco!» Pero no obtuvieron respuesta. En la lancha se desplazaron hasta la popa del velero y leyeron el nombre que allí estaba pintado: Mary Celeste, Nueva York.
La última vez que se había visto al Mary Celeste había sido un mes atrás, el 1 de noviembre de 1872, cuando el barco zarpó de Nueva York con rumbo Génova, portando una carga de 1700 barriles de alcohol en bruto. A bordé estaban el capitán, Benjamin Spooner Briggs —un americano de 37 años— i ¡su primer oficial, Albert Richardson, que comandaban una tripulación compuesta por siete marineros. También viajaban a bordo Sarah, la esposa del capitán, y su pequeña hija de dos años, Sophie. Briggs, un hombre barbudo, honesto y creyente, hacía su primer viaje en el Marv Celeste; anteriormente habla sido, capitán de un barco y luego de una goleta; obtuvo su oportunidad de mandar el Mary Celeste cuando el consorcio dueño del barco le ofrecía tener una participación, la tercera parte del velero que anteriormente ostenta, A el nombre de The Amazon. Los propietarios dieron al velero su nuevo nombre y lo sometieron a reparaciones que en realidad no resultaban imprescindibles. antes de enviarlo hacia el invierno del Atlántico.
El Mary Celeste zarpó del East River de Nueva York y puso proa hacia las Azores, que según el libro de a bordo fueron avistadas el 24 de noviembre. En ese lapso, el tiempo fue bueno y la señora Briggs pudo pasar muchas mañanas en cubierta; por las tardes trabajaba con su máquina de coser o tocaba el armonio (había persuadido a su marido para llevarlo con ellos). Sin embargo, una vez pasadas las Azores, el tiempo empeoré. Soplaba una considerable galerna, algo que no era suficientemente serio como para preocupar a un capitán experimentado. Briggs se limitó a ordenar que se recogieran algunas velas. No cundió el pánico y así lo demuestran las anotaciones del cuaderno de bitácora, que sólo consigna hechos ordinarios. El día siguiente fue 25 de noviembre; por la mañana se anotó en el libro de a bordo la orientación del barco. Y ése fue el último apunte que registraba el libro.
Diez días después, el bote del Dei Gratia atracó a un costado del Mary Celeste. El primer oficial, Oliver Deveau, y el segundo de a bordo, John Wright, subieron al velero y dejaron al tercer marinero atrás, a fin de asegurar la lancha. Deveau y Wright examinaron el barco, y lo que encontraron no hizo más que profundizar el misterio. El viento agitaba libremente el cordaje. El timón oscilaba en silencio; el agua entraba y salía por la puerta de la cocina, que estaba abierta; los marinos encontraron una brújula aplastada; el bote de desembarco había desaparecido Pero bajo las cubiertas, el panorama era aún más extrañamente normal: todo parecía en orden, salvo que no habla persona alguna. En el camarote del capitán estaba el armonio de la señora Briggs, fabricado de palo de rosal; sobre el instrumento aparecía una partitura abierta. La máquina de coser descansaba sobre la mesa; los juguetes de la pequeña Sophie, tiernos polizones, aparecían cuidadosamente ordenados.
En los camarotes de la tripulación, la escena era igualmente normal; la ropa lavada colgaba de una cuerda, donde la habían puesto a secar, y la ropa seca se apilaba sobre las literas en orden, tal como la hablan dejado. En la cocina era evidente que se esto yo preparando el desayuno, aunque sólo la mitad de las raciones parecía había sido servida. Deveau y Wright volvieron a su bergantín e informaron a Morehouse de sus descubrimientos. El capitán sugirió que tal vez el Mary Celeste hubiera sido abandonado por su tripulación durante una tormenta.
Pero Deveau preguntó ¿Por qué, entonces, la botella con jarabe para la tos permaneció abierta sobo la mesa sin derramarse? ¿Y cómo no se rompieron los platos y los adornos encontrados en el camarote del capitán? Un motín, sugirió Morehouse; peo en el Mary Celeste no se encontraron indicios de que se hubiera producido una lucha; y además ¿no era improbable que los amotinados abandonaran el barco junto con sus víctimas? Quizá el barco había comenzado a hacer agol Deveau admitió que en la bodega el agua subía casi a un metro y que en la cubierta yacía abandonada la vara de sondeo. Pero un metro de agua es cantidad normal que se acumula en un viejo barco de casco de madera después de diez días de navegación, y se la podría haber achicado fácilmente bombeándola. Morehouse decidió dejar de lado preguntas que no tenían respuesta y centrarse por entonces en los problemas más importantes: salvar lo que se diera, por ejemplo. De manera que envió al barco a la deriva a algunos de tripulantes que en unas pocas horas de bombeo dejaron la bodega constantemente seca. Al día siguiente, los marineros repararon el aparejo.
El capitán sólo podía utilizar a tres de sus siete tripulantes para conducir a puerto al Mary Celeste. Eligió para esa tarea a Deveau y a los marineros Augustus Anderson y Charles Lund. En lo que constituye una proeza de habilidad náutica, los tres hombres consiguieron conducir al Mary Celeste, a lo largo de 1.100 kilómetros, hasta el que seria su primer puerto de escala, Gibraltar; allí estaba esperándolos el Dei Gratia. Las autoridades británicas de Gibraltar se hicieron cargo del Mary Celeste y ordenaron una investigación. Morehouse, Deveau y sus hombres fueron sometidos a largos interrogatorios. Se supo que bajo la litera del capitán Briggs se había hallado una espada con manchas de sangre: ¿no probaba esto que en el Mary Celeste tuvieron que ocurrir cosas muy graves? Pero una vez que se examinó la espada, quedó claro que sus manchas no eran de sangre.
La investigación comprobó que nueve barriles de alcohol estaban vacíos y que otro estaba abierto: ¿no se habría sublevado la tripulación mediante una borrachera? Deyeau explicó pacientemente a la comisión investigadora que bajo las cubiertas el barco estaba en perfecto orden. ¿No habría cedido Briggs al pánico durante una tormenta y ordenado que se utilizara el bote salvavidas? No había señales de nada semejante: el camarote del capitán estaba todo lo ordenado que pueda esperarse de la habitación de un caballero; la mesa del desayuno estaba puesta, e incluso el capitán había retirado cuidadosamente las cáscaras de los huevos hervidos, que permanecían intactos en su plato. Pero el problema que más desconcertó a los investigadores lo constituyó el encontrar respuestas convincentes para estas preguntas: ¿Cómo pudo el Mary Celeste mantener el rumbo, sin tripulación, durante diez días y 926 kilómetros?
Cuando el Dei Gratia se emparejó con el misterioso velero, Morehouse navegaba rumbo a un puerto; el Mary Celeste estaba rumbo a estribor. Según la comisión, resultaba inconcebible que el Mary Celeste hubiera navegado un trayecto tan largo con el velamen tal corno lo encontró Morehouse. Alguien hubo abordar el barco durante algunos días, después de la última anotación en el cuaderno de bitácora. Las autoridades de Gibraltar estaban seguras de que el bote salvavidas del Mary Celeste aparecería pronto, para dar respuesta a todas las preguntas. Pero el bote no apareció jamás y, el 10 de marzo de 1873, el tribunal de la comisión Investigadora acordó compensar a Morehouse y a sus hombres con la poco generosa cantidad de 1700 libras, muy escasa si se tiene en cuenta lo que éstos habían salvado del mar al rescatar al Mary Celeste: alrededor del 15% del valor de ese barco de 200 toneladas de carga.
La investigación fue cerrada, pero las discusiones continuaron se afirmó que los tripulantes del Mary Celeste habían sido capturados por piratas o atrapados por un pulpo gigantesco, o que habían chocado; algunos supusieron que el capitán había enloquecido. Sin embargo, la más extraordinaria de las teorías sobre el caso del Manry Celeste fue sugerida cuarenta años más tarde, en 1913. Howard Linford, director de un colegio de Hampstead, Londres, dio a conocer un manuscrito sorprendente que un antiguo empleado del colegio le había dejado en herencia. El empleado se llamaba Abel Fosdyk y en su juventud había realizado numerosos viajes. En el documento que en su lecho de muerte entregó al director del colegio, Fosdyk revelaba que, aunque no quedó registrado oficialmente entre los pasajeros, había sido uno de los hombres que viajó en el Mary Celeste, de cuya tragedia era el único sobreviviente. El manuscrito de Fosdvk dice que durante el viaje el capitán Briggs encontró a su pequeña hija jugando cerca del bauprés, la yerga que sobresale de la proa en los veleros. Entonces ordenó al carpintero que hiciera una plataforma segura, para que la niña pudiera jugar sin peligro en su sitio favorito.
A fin de asegurar la plataforma el carpintero practicó profundas muescas en el casco de madera, debajo del bauprés, a ambos lados de la proa. Ése era el origen de las misteriosas marcas que, ciertamente, fueron observadas en el Mary Celeste. Un día de calma, Briggs —dice el manuscrito— sostuvo con su primer oficial una discusión acerca de la capacidad humana para nadar con la ropa puesta. El excéntrico capitán, en el calor de la discusión, saltó del barco al agua para probar su teoría. Todos los tripulantes y pasajeros se precipitaron hacía la plataforma recién construida, para ver mejor el espectáculo fue entonces cuando las maderas de la plataforma se quebraron arrojando al mar a todos.
Pronto aparecieron los tiburones, que dieron cuenta de todos los pasajeros con excepción de Eosdyk, que se aferró a los restos de la plataforma hasta que las corrientes lo arrastraron a la costa de África. Aunque impresionó vivamente a los lectores de todo el mundo, el relato fue rechazado por inverosímil. Así, lo que en verdad sucedió a la tripulación y a los pasajeros del Mary Celeste sigue siendo hasta hoy un misterio.
Veamos qué destino tuvo el barco. Cuando el tribunal de la comisión investigadora de Gibraltar dio por finalizada su labor, el Mary Celeste volvió a estar disponible pero los marineros se negaban a trabajar en ese barco creían que era un barco maldito. El Mary Celeste cambió de manos diecisiete veces durante los once años siguientes, hasta que en 1884 fue adquirido por un grupo de empresarios de Boston. Los nuevos dueños aseguraron el barco por una gran suma de dinero y lo fletaron rumbo a Haití. Allí, un día claro y con la mar en calma, el capitán puso proa hacia un arrecife de coral, donde el barco se hizo pedazos. El intento de fraude fue descubierto y el capitán y los empresarios tuvieron que comparecer ante un tribunal. Mientras tanto, el viejo casco de madera del Mary Celeste se pudría, invisible, en un remoto arrecife caribeño.
1 comentario:
megustó mucho vuestro blog
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