Al entrar en contacto con la atmósfera, el compuesto liberado comenzó a descomponerse en varios gases muy tóxicos (fosgeno, monometilamina y especialmente ácido cianhídrico, también conocido como ácido prúsico o cianuro de hidrógeno) que formaron una nube letal que, al ser más densos los gases que la formaban que el aire atmosférico, recorrió a ras de suelo toda la ciudad. Miles de personas murieron de forma casi inmediata asfixiadas por la nube tóxica y otras muchas fallecieron en accidentes al intentar huir de ella durante la desesperada y caótica evacuación de la ciudad.
Se estima que entre 8.000 personas murieron en el acto, otras 12.000 han muerto durante estos 20 años como consecuencia de las enfermedades que les produjo el escape. Más de 150.000 supervivientes permanecen graves y necesitan todavía asistencia médica. Muchos niños nacidos después del desastre sufren malformaciones y enfermedades asociadas al gas tóxico.
Además, perecieron también miles de cabezas de ganado y animales domésticos y todo el entorno del lugar del accidente quedó seriamente contaminado por sustancias tóxicas y metales pesados que tardarán muchos años en desaparecer. La planta química fue abandonada tras el accidente y Union Carbide/Dow Chemical nunca respondieron por los daños causados.
Rehana Bi ha guardado celosamente la fotografía, en la que aparece con los ojos vendados, que se publicó en una revista internacional tras el desastre. Su hijo Chand, que en aquel entonces tenía un año, también sufrió los efectos del gas en los ojos.
El doctor de la muerte. “Debo de haber realizado más de 20.000 autopsias hasta el momento. Ningún familiar de una víctima del gas puede conseguir una indemnización por esta muerte sin el certificado que yo expido. Ha sido una auténtica pesadilla”, confiesa el Dr. Sathpathy, forense del hospital estatal Hamidia, el único en funcionamiento la noche de la tragedia.
Cadáveres de niños a la espera de ser incinerados. Una multitud observa cómo un hombre coloca etiquetas identificativas en la frente de los cuerpos de los niños. Murieron tantos miles de personas que fueron necesarias estas drásticas medidas para identificar y documentar el mayor número de cuerpos posible.
Se realizaron cremaciones en masa junto a las tumbas comunales. “Los cuerpos estaban esparcidos por todos lados y el hedor a muerte era sobrecogedor”, rememora el anciano de 76 años Amar Chand Ajmera, asistente social. “Recuerdo que incineramos más de 2.000 cuerpos en un solo día”.
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