Ese es el número de explosiones nucleares que los humanos hemos provocado desde 16 de julio de 1945 con Trinity hasta 1998 en diversos lugares del mundo.
Si la cifra por si misma ya parece alucinante, verlas representadas en el siguiente vídeo en el que cada segundo se corresponde con un mes, pone los pelos de punta:
Si la cifra por si misma ya parece alucinante, verlas representadas en el siguiente vídeo en el que cada segundo se corresponde con un mes, pone los pelos de punta:
Hay un relato breve de Isaac Asimov, más breve de hecho que esta anotación, en el que habla de la reacción de los alienígenas de una Federación Galáctica cuando descubren que la humanidad ha descubierto la energía termonuclear.
Según el relato tradicionalmente este ha sido el criterio utilizado para establecer que una civilización ha alcanzado el grado de madurez necesario para que pueda entrar a formar parte de la Federación, pero en cuanto caen en la cuenta de que en la Tierra las pruebas nucleares se realizan en el propio planeta su reacción es calificarnos precisamente de asnos estúpidos, lo que da título al relato.
Este es, obviamente, una crítica no muy velada a la situación que se vivía en los años posteriores a la segunda guerra mundial en los que los Estados Unidos y la Unión Soviética estaban inmersos en una carrera armamentística aparentemente sin final a la vista.
Afortunadamente, aparte de las dos bombas arrojadas por los Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki, todas las demás detonaciones nucleares han sido de prueba.
La mayoría de ellas fueron realizadas sobre la superficie, aunque unas cuantas fueron explosiones subterráneas y otras se llevaron a cabo a cierta altura en la atmósfera.
Pero aunque no fueron las primeras ni las últimas, durante la década de los 60 los Estados Unidos llevaron a cabo al menos cinco detonaciones nucleares fuera de la atmósfera dentro de la operación Fishbowl con el objetivo específico de ver si la radiación producida por la explosión podría dificultar ver lo que pudiera estar sucediendo allí arriba, como por ejemplo una oleada de misiles enemigos.
Además querían ver:
1-Si una explosión de ese tipo produciría daños en objetos cercanos.
2-Si los cinturones de Van Allen podrían desplazar los efectos de la explosión hacia un objetivo terrestre situado a cierta distancia como por ejemplo una ciudad o instalación militar enemiga.
3-Si la forma de los citados cinturones podría verse afectada por la explosión.
4-Y conviene no olvidar que los cinturones de Van Allen realizan el importante papel de protegernos de buena parte de las partículas que circulan por el espacio.
Tras algunos intentos fallidos la primera de estas pruebas tuvo lugar el 9 de julio de 1962 a una altura de 400 kilómetros, después de que un cohete Thor lanzara una cabeza nuclear W49 hasta los 1.100 kilómetros de altura.
Aquella explosión provocó un pulso electromagnético mucho más fuerte de lo previsto, hasta el punto de que gran parte de la instrumentación utilizada para medir los resultados de la prueba simplemente fue incapaz de hacerlo porque la energía liberada se salía de sus escalas.
Esta energía se pudo apreciar desde tierra en forma de un brillante destello y por sus efectos sobre diversos equipos e instalaciones, ya que fundió unas 300 farolas en Hawaii, a unos 1.500 kilómetros de distancia, hizo saltar numerosas alarmas, y dañó un enlace de microondas de una compañía de telecomunicaciones, dejando incomunicada a la isla de Kaua
También provocó auroras en la zona de la detonación y en su conjugada al sur del ecuador, aunque parte de ella formó unos cinturones artificiales de radiación alrededor de la Tierra que terminaron por destruir siete satélites artificiales, un tercio de los que en aquella época estaban en órbita.
Algunos estudios dicen que estos cinturones de radiación artificiales tardaron hasta cinco años en desaparecer del todo, y otros afirman que algunas de las partículas radiactivas terminaron por caer a la superficie del planeta, acumulándose en algunos organismos terrestres.
A pesar de todo esto los Estados Unidos hicieron otras cuatro pruebas similares, la última de ellas el 4 de noviembre de 1962, hasta quedar satisfechos con los datos recogidos, aunque aún estos días se han hecho públicas algunas imágenes mantenidas en secreto hasta ahora.
La operación Fishbowl fue la segunda en la que los EE.UU. llevaron a cabo explosiones nucleares fuera de la atmósfera, tras las las de la operación Argus de 1958 que incluyen probablemente la realizada a más altura, Argus III, producida a 539 kilómetros de altura.
La Unión Soviética también llevó a cabo un programa de pruebas similar conocido como el Proyecto K o la Operación K en el que hubo cuatro explosiones por encima de los 100 kilómetros de altura, donde tradicionalmente se considera que comienza el espacio.
Curiosamente, a pesar de ser explosiones de menor potencia que las de los proyectos estadounidenses, al haber tenido lugar sobre zonas pobladas los efectos de sus pulsos electromagnéticos fueron peores, causando daños en líneas y estaciones eléctricas y líneas telefónicas; tres de ellas causaron cinturones artificiales de radiación.
En 1963 la entrada en vigor del tratado de prohibición parcial de ensayos nucleares puso fin a este tipo de pruebas, ya que a partir de entonces sólo se podían realizar bajo tierra.
A tenor de todo esto en la ecuación de Drake, concebida con el objeto de poder estimar la cantidad de civilizaciones existentes en la Vía Láctea capaces de emitir señales de radio detectables, el parámetro L, que mide el tiempo durante el que una civilización inteligente y con capacidad de comunicarse puede existir, y al que inicialmente Drake le dio una estimación de 10.000 años en 1961 parece muy optimista.
De hecho, un artículo de Michael Schermer en Scientific American rebajaba este parámetro drásticamente a los 420 años.
Y aún esta cifra podía haber sido optimista en nuestro caso si el 26 de septiembre de 1983 Stanislav Petrov, de guardia aquella noche en el sistema de alerta temprana de la URSS, no hubiera reaccionado con una increíble sangre fría al saltar las alarmas de este a causa de un supuesto lanzamiento de un ataque por parte de los Estados Unidos.
Petrov estimó que un ataque de este tipo nunca sería realizado con un sólo misil, aunque luego el sistema llegó a informar de otros cuatro supuestos lanzamientos, con lo que decidió desestimar las alarmas, suponiendo, correctamente, que era un error, y salvando probablemente nuestra civilización de la destrucción.
Y es que como dice la canción de Sting de 1985 titulada precisamente Russians, lo que nos puede salvar a todos es que los rusos también quieran a sus hijos.
Afortunadamente, parece que el clima político actual y la situación internacional han hecho que en los últimos años podamos ser un poco más optimistas respecto a nuestra L, aunque las grandes potencias siguen poseyendo unos arsenales nucleares capaces de acabar con todos nosotros. Varias veces...
Según el relato tradicionalmente este ha sido el criterio utilizado para establecer que una civilización ha alcanzado el grado de madurez necesario para que pueda entrar a formar parte de la Federación, pero en cuanto caen en la cuenta de que en la Tierra las pruebas nucleares se realizan en el propio planeta su reacción es calificarnos precisamente de asnos estúpidos, lo que da título al relato.
Este es, obviamente, una crítica no muy velada a la situación que se vivía en los años posteriores a la segunda guerra mundial en los que los Estados Unidos y la Unión Soviética estaban inmersos en una carrera armamentística aparentemente sin final a la vista.
Afortunadamente, aparte de las dos bombas arrojadas por los Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki, todas las demás detonaciones nucleares han sido de prueba.
La mayoría de ellas fueron realizadas sobre la superficie, aunque unas cuantas fueron explosiones subterráneas y otras se llevaron a cabo a cierta altura en la atmósfera.
Pero aunque no fueron las primeras ni las últimas, durante la década de los 60 los Estados Unidos llevaron a cabo al menos cinco detonaciones nucleares fuera de la atmósfera dentro de la operación Fishbowl con el objetivo específico de ver si la radiación producida por la explosión podría dificultar ver lo que pudiera estar sucediendo allí arriba, como por ejemplo una oleada de misiles enemigos.
Además querían ver:
1-Si una explosión de ese tipo produciría daños en objetos cercanos.
2-Si los cinturones de Van Allen podrían desplazar los efectos de la explosión hacia un objetivo terrestre situado a cierta distancia como por ejemplo una ciudad o instalación militar enemiga.
3-Si la forma de los citados cinturones podría verse afectada por la explosión.
4-Y conviene no olvidar que los cinturones de Van Allen realizan el importante papel de protegernos de buena parte de las partículas que circulan por el espacio.
Tras algunos intentos fallidos la primera de estas pruebas tuvo lugar el 9 de julio de 1962 a una altura de 400 kilómetros, después de que un cohete Thor lanzara una cabeza nuclear W49 hasta los 1.100 kilómetros de altura.
Aquella explosión provocó un pulso electromagnético mucho más fuerte de lo previsto, hasta el punto de que gran parte de la instrumentación utilizada para medir los resultados de la prueba simplemente fue incapaz de hacerlo porque la energía liberada se salía de sus escalas.
Esta energía se pudo apreciar desde tierra en forma de un brillante destello y por sus efectos sobre diversos equipos e instalaciones, ya que fundió unas 300 farolas en Hawaii, a unos 1.500 kilómetros de distancia, hizo saltar numerosas alarmas, y dañó un enlace de microondas de una compañía de telecomunicaciones, dejando incomunicada a la isla de Kaua
También provocó auroras en la zona de la detonación y en su conjugada al sur del ecuador, aunque parte de ella formó unos cinturones artificiales de radiación alrededor de la Tierra que terminaron por destruir siete satélites artificiales, un tercio de los que en aquella época estaban en órbita.
Algunos estudios dicen que estos cinturones de radiación artificiales tardaron hasta cinco años en desaparecer del todo, y otros afirman que algunas de las partículas radiactivas terminaron por caer a la superficie del planeta, acumulándose en algunos organismos terrestres.
A pesar de todo esto los Estados Unidos hicieron otras cuatro pruebas similares, la última de ellas el 4 de noviembre de 1962, hasta quedar satisfechos con los datos recogidos, aunque aún estos días se han hecho públicas algunas imágenes mantenidas en secreto hasta ahora.
La operación Fishbowl fue la segunda en la que los EE.UU. llevaron a cabo explosiones nucleares fuera de la atmósfera, tras las las de la operación Argus de 1958 que incluyen probablemente la realizada a más altura, Argus III, producida a 539 kilómetros de altura.
La Unión Soviética también llevó a cabo un programa de pruebas similar conocido como el Proyecto K o la Operación K en el que hubo cuatro explosiones por encima de los 100 kilómetros de altura, donde tradicionalmente se considera que comienza el espacio.
Curiosamente, a pesar de ser explosiones de menor potencia que las de los proyectos estadounidenses, al haber tenido lugar sobre zonas pobladas los efectos de sus pulsos electromagnéticos fueron peores, causando daños en líneas y estaciones eléctricas y líneas telefónicas; tres de ellas causaron cinturones artificiales de radiación.
En 1963 la entrada en vigor del tratado de prohibición parcial de ensayos nucleares puso fin a este tipo de pruebas, ya que a partir de entonces sólo se podían realizar bajo tierra.
A tenor de todo esto en la ecuación de Drake, concebida con el objeto de poder estimar la cantidad de civilizaciones existentes en la Vía Láctea capaces de emitir señales de radio detectables, el parámetro L, que mide el tiempo durante el que una civilización inteligente y con capacidad de comunicarse puede existir, y al que inicialmente Drake le dio una estimación de 10.000 años en 1961 parece muy optimista.
De hecho, un artículo de Michael Schermer en Scientific American rebajaba este parámetro drásticamente a los 420 años.
Y aún esta cifra podía haber sido optimista en nuestro caso si el 26 de septiembre de 1983 Stanislav Petrov, de guardia aquella noche en el sistema de alerta temprana de la URSS, no hubiera reaccionado con una increíble sangre fría al saltar las alarmas de este a causa de un supuesto lanzamiento de un ataque por parte de los Estados Unidos.
Petrov estimó que un ataque de este tipo nunca sería realizado con un sólo misil, aunque luego el sistema llegó a informar de otros cuatro supuestos lanzamientos, con lo que decidió desestimar las alarmas, suponiendo, correctamente, que era un error, y salvando probablemente nuestra civilización de la destrucción.
Y es que como dice la canción de Sting de 1985 titulada precisamente Russians, lo que nos puede salvar a todos es que los rusos también quieran a sus hijos.
Afortunadamente, parece que el clima político actual y la situación internacional han hecho que en los últimos años podamos ser un poco más optimistas respecto a nuestra L, aunque las grandes potencias siguen poseyendo unos arsenales nucleares capaces de acabar con todos nosotros. Varias veces...
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