lunes, 23 de agosto de 2010

Historia de las cazas de brujas


La caza de brujas es la búsqueda de brujas o evidencias de brujería, que llevaba a acusar a la persona afectada de brujería, a un juicio y finalmente a una condena. Muchas culturas, tanto antiguas como modernas, han reaccionado de forma puntual a las acusaciones de brujería con miedo supersticioso y han castigado, o incluso asesinado, a los presuntos o presuntas practicantes.

La caza de brujas como fenómeno generalizado es característica de la Europa Central a inicios de la Época Moderna. Base para la persecución masiva de mujeres (puntualmente también menores y hombres e incluso animales) por la Iglesia y sobre todo por la justicia civil, fue la idea, extendida entre teólogos y juristas, de una conspiración del Demonio para acabar con la Cristiandad.

Las cazas de brujas todavía ocurren en la actualidad y suelen clasificarse dentro del llamado pánico moral. De forma general, el término ha llegado a denotar la persecución de un enemigo percibido (habitualmente un grupo social no conformista) de forma extremadamente sesgada e independiente de la inocencia o culpabilidad real.

Relatando la quema de una bruja que en 1531, con ayuda del Demonio, quemó la ciudad de Schiltach.

La Edad Media

Los germanos antes de su conversión al cristianismo conocían la quema de los magos que realizaban encantamientos perjudiciales. Sin embargo en la Baja Edad Media carolingia no hubo caza de brujas. De hecho, el Concilio de Paderborn del año 785 castigaba tanto la creencia en brujas como su persecución:[1]

Quien, cegado por el Demonio, cree como los paganos que alguien es una bruja y come a personas, y la queme por ello o deja comer su carne por otros, será castigado a pena de muerte.
Carlomagno lo validó con una ley, probablemente relacionada con las prácticas paganas de los sajones contra las que el rey luchaba en la década de los años 80 del siglo VIII.

En Hungría se refieren a ellas en latín como strigis y temprano en la Baja Edad Media, el rey Colomán de Hungría (1095-1116) sancionó en uno de sus libros de ley un artículo que rezaba: "De strigis vero, quae non sunt, nulla quaestio fiat" ("Sobre las brujas, ya que éstas no existen, no se harán examinaciones indagando por ellas". Tras esto fue el reino cristiano y católico húngaro una de las excepciones durante la época medieval en donde la brujería no fue perseguida. De hecho, los posteriores monarcas húngaros fueron en extremo flexibles con los judíos, cumanos y uzbecos musulmanes, así como con las otras étnias croatas, serbias y eslovacas que habitaban dentro de las fronteras del reino, respetando sus idiomas y particularidades culturales.

En Alemania, las primeras pruebas de la existencia de la palabra bruja, Hexe, aparecen en los Frevelbüchern (leyes) de la ciudad de Schaffhausen de finales del siglo XIV (1368/87) como ha demostrado Oliver Landolt. En Lucerna aparece la palabra por primera vez en 1402.

Las primeras condenas de brujas se realizan en el siglo XIII, con la aparición de la Inquisición, cuya actividad principal no es la brujería, sino los herejes.

La brujería no resultaba inicialmente un peligro tan grande como las demás herejías medievales. La cuestión aparece aclarada en las instrucciones del Papa Alejandro IV del 20 de enero de 1260 a los inquisidores, de forma que las brujas no deben ser perseguidas de forma activa, sino sólo bajo denuncia. Los procesos contra brujas deberán ser relegados sin falta tiempo: la lucha contra las herejías tiene prioridad. Más tarde, la Inquisición incluso condenaría los procesos a brujas.

Distribución geográfica

Los territorios que sufrieron con mayor intensidad la caza de brujas fueron los sometidos a la autoridad del Sacro Imperio Romano Germánico, para los cuales se barajan cifras de entre 20.000 y 30.000 ejecuciones,[10] lo que supone un altísimo porcentaje del total (alrededor de un 40%). Dentro del Imperio, la persecución se centró fundamentalmente en los estados del sur y del oeste, en una zona de unidades políticas muy fragmentadas, que incluye lugares como Würzburg, Bamberga, Eichstätt, Württemberg y Ellwangen, entre otros. Se trata de estados de pequeño tamaño, que gozaban de una alta autonomía jurisdiccional: un ejemplo muy significativo es la Fürtspropei de Ellwangen, un territorio diminuto en el que fueron ejecutadas 400 personas solo entre los años 1611 y 1618.[11] Los estados de mayor tamaño, como Austria, Baviera o Bohemia, fueron, en cambio, bastante más moderados en la caza de brujas.[12] Un territorio del nordeste de Alemania que sufrió intensamente la persecución de la brujería fue el Ducado de Mecklemburgo, protestante, donde tuvieron lugar aproximadamente 4.000 juicios, que causaron unas 2.000 ejecuciones.[13]

La Confederación Helvética fue otro de los lugares en los que se realizó una caza de brujas particularmente intensa. Se ha calculado que dentro de sus fronteras fueron ejecutadas unas 10.000 brujas.[14] Solo en el cantón de Vaud el número de ejecuciones superó las 3.000 (se trata, además, del lugar de Europa en el que se ha constatado un porcentaje más alto de ejecuciones con respecto al total de procesados (alrededor de un 90%).

La persecución fue también muy intensa en algunos territorios que nominalmente formaban parte del Imperio, pero que en la práctica gozaban de un elevado grado de autonomía: el Ducado de Lorena, el Franco Condado y los Países Bajos. En Lorena, Nicolas Rémy envió a la muerte a 800 brujas entre 1586 y 1595, y a más de 2.000 a lo largo de toda su carrera. En los Países Bajos existen importantes diferencias entre aquella parte del territorio que estaba bajo dominio español, en la que la caza de brujas alcanzó bastante intensidad, y los Países Bajos independientes, donde se practicó con bastante más moderación.

En Francia, el número de ejecuciones, con ser elevado, fue significativamente menor que en los territorios del Imperio, aun cuando la población del país galo era solo ligeramente menor que la del Imperio. Levack sugiere una cifra de alrededor de 4.000 ejecuciones para los territorios efectivamente sometidos a la autoridad real,[15] de las cuales la mayoría tuvieron lugar en la fase inicial de la caza de brujas, durante el siglo XVI. Debe tenerse en cuenta que en Francia las zonas más afectadas por la caza de brujas fueron regiones periféricas que se distinguían también por su resistencia al centralismo de la monarquía absoluta, lo cual se ha explicado de dos formas: bien porque la caza de brujas fue un modo de consolidar el poder central, bien porque la mayor independencia de estos territorios con respecto a la autoridad estatal posibilitó una mayor libertad en la actuación de los tribunales locales.[16]

En las Islas Británicas (Inglaterra, Escocia e Irlanda) y en las colonias inglesas de América la caza de brujas conoció una intensidad bastante menor que en los territorios alemanes. Su incidencia fue bastante menor que en los territorios centroeuropeos, e incluso que en Francia. Para el conjunto de estos territorios, las cifras oscilan entre las 1.500 y las 2.500 ejecuciones. Debe destacarse, sin embargo, el caso particular de Escocia, donde hubo dos grandes cazas de brujas en los períodos 1590-1592 y 1661-1662. En Irlanda apenas hubo persecuciones. En cuanto a las colonias americanas, solo en Nueva Inglaterra puede hablarse de una auténtica caza de brujas, ya que en el resto de las colonias apenas hubo ejecuciones o no se produjeron en absoluto. La mitad de las 234 víctimas[17] en Nueva Inglaterra corresponde al año 1692, fecha de los conocidos juicios de Salem.

Para Escandinavia, Levack calculado un número total de alrededor de 5.000 procesos, de los cuales habrían resultado entre 1.700 y 2.000 ejecuciones.[18] La parte del león corresponde a Dinamarca, donde hubo, según los cálculos más fidedignos, un total de 2.000 procesos y unas 1.000 ejecuciones.[19] Bastante menor fue la cifra de ejecuciones en Suecia (unas 300), Noruega[20] (sobre 350) y Finlandia (115),[21] que en la época formaba parte de Suecia. La incidencia de la caza de brujas en Escandinavia fue bastante menor que la que tuvo en Centroeuropa; es bastante superior, en cambio, a la de los territorios británicos, si tenemos en cuenta que en los países escandinavos la población era algo menos de la mitad que en éstos.

En el este de Europa, el fenómeno de la caza de brujas fue bastante tardío (la mayor parte de los procesos tuvo lugar en el último tercio del siglo XVII y el primer cuarto del XVIII). En líneas generales, puede decirse que la mayoría de los procesos tuvo lugar en zonas fronterizas con Alemania, o con una importante población alemana. La inmensa mayoría de las cazas de brujas de los países del este de Europa se concentró en Polonia. Aunque los procesos de Polonia no están todavía bien estudiados, algunos especialistas han cifrado las ejecuciones en 10.000,[22] de las cuales la mayoría corresponden a la parte occidental del reino, con una fuerte influencia de Alemania, por lo que Levack se inclina a considerar la caza de brujas en Polonia como una extensión tardía de la alemana. En Hungría hubo un total aproximado de 1.500 procesos, de los cuales al menos 450 terminaron en ejecuciones.[23] La mayor parte de los procesos se llevaron a cabo en el siglo XVIII. En cuanto a Rusia, la persecución de la brujería parece haberse desarrollado al margen de las teorías predominantes en Europa acerca de la asociación de las brujas con el Diablo, y el número de víctimas no parece haber sido tan elevado. Algo similar ocurrió en Transilvania y en las regiones de Valaquia y Moldavia, entonces bajo el dominio del Imperio otomano. En líneas generales, puede decirse que en el Este de Europa la incidencia de la caza de brujas fue bastante menor en los territorios de religión ortodoxa. En los territorios europeos del Imperio Otomano, a excepción de los casos antes citados de Valaquia y Moldavia, no se llevaron a cabo cazas de brujas.

Si exceptuamos estos últimos, la zona de Europa en la que hubo menos ejecuciones por brujería fue la región mediterránea. Si se excluyen las regiones alpinas de lengua italiana, entre Italia, España y Portugal (incluyendo los territorios ultramarinos en América de estos últimos) la cifra es muy baja: alrededor de 500.[24] Esto no quiere decir que la brujería no se persiguiese en estos territorios: el número de procesos fue bastante elevado, pero el porcentaje de ejecuciones sobre personas encausadas fue muy bajo. Esto significa que en los países mediterráneos los procesos de brujería fue tratada con bastante templanza, a diferencia de lo que ocurrió en otros lugares de Europa. La mayoría de los delitos juzgados en España, por ejemplo, fueron castigados con penas menores. Destaca especialmente la templanza con que la Inquisición llevó a cabo estos juicios, ya que la proporción de ejecuciones en procesos juzgados por los tribunales inquisitoriales es bastante menor que la de los juzgados por tribunales civiles. Además, en España no llegaron a existir cazas masivas, con la posible excepción de los procesos de Zugarramurdi (1610), en los que fue precisamente la Inquisición la que extinguió la psicosis que se había desencandenado por la intervención de los tribunales ordinarios.

Las críticas a la caza de brujas comenzaron prácticamente al mismo tiempo que las persecuciones de la Édad Moderna. Al principio había sobre todo recelos por parte de los jueces y la administración por la creación de un sistema de juicios extraordinarios paralelo a los órganos jurídicos estatales.

La crítica contra la superstición que representaba la creencia en brujas apareció más tarde. Anterior a la Ilustración fue el jesuita Friedrich Spee von Langenfeld, catedrático en la Universidad Alma Ernestina en Rinteln, que escribió Cautio Criminalis en 1631. Fue el más influyente, aunque no el único, entre los que atacaron los procesos de brujas. Su libro era la respuesta a la obra estándar de la teoría de la brujería Processus juridicus contra sagas et veneficos, escrita por su colega en la universidad Hermann Goehausen en 1630.

El cura reformado Anton Praetorius, predicador en la corte del Príncipe en Birstein, se comprometió en 1597 con la causa de las brujas y abogó por su liberación. Atacó de tal forma a los torturadores que paralizó el proceso y la última presa que seguía viva fue liberada. Es el único caso documentado en el que un religioso haya conseguido paralizar un proceso y la tortura a una bruja. En las actas aparece en antiguo alemán[25] porque el cura local se ha opuesto de forma contundente que se torture a las mujeres, se ha abandonado esta vez.

Como primero cura reformado, Praetorius publicó bajo el nombre de su hijo Johannes Scultetus en 1598 el libro Von Zauberey vnd Zauberern Gründlicher Bericht (Informe exhaustivo de magia y magos) contra la locura de la caza de brujas y las torturas inhumanas. En 1602 se atrevió a poner su propio nombre en la segunda edición. En 1613 apareció la tercera edición con un prefacio escrito por él.

En 1635, el cura Johann Matthäus Meyfart, catedrático en la facultad de Teología luterana de Érfurt, se opuso a la caza de brujas y a la tortura con su libro Christliche Erinnerung, An Gewaltige Regenten, vnd Gewissenhaffte Praedicanten, wie das abscheuwliche Laster der Hexerey mit Ernst außzurotten, aber in Verfolgung desselbingen auff Cantzeln vnd in Gerichtsheusern sehr bescheidlich zu handeln sey (Recuerdo cristiano a poderosos regentes y predicadores con conciencia de como eliminar en serio la falta de la brujería, pero cuya persecución en cancillerías y juzgados debe ser manejada con modestia).

El Hochnötige Unterthanige Wemütige Klage Der Frommen Unschültigen (Muy necesaria y sumisa lamentación de los piadosos inocentes) de Hermann Löher se editó en 1676, al finalizar la ola más dura de la persecución. Es relevante porque el autor ejerció en las décadas de 1620 y 1630 como voluntario en el sistema de persecución y a través de esa experiencia llegó a oponerse a la caza de las brujas. Por ello da la visión desde dentro del proceso y las luchas de poder que lo acompañan, lo que no se encuentra en textos de otros opositores.

En 1700, cuando los procesos a brujas ya se habían hecho escasos, el estudioso de Halle Christian Thomasius publica sus escritos contra la creencia en brujas. Sin embargo, el conocido médico Friedrich Hoffmann también de Halle estaba convencido todavía a principios del siglo XVIII en la posibilidad de que brujas pudiese causar enfermedades con encantamentos, en relación a los poderes sobrenaturales que les daba el Demonio.
En Francia, un caso muy representativo es el conocido como el de "los demonios de Loudun" (1634), en el cual el sacerdote Urbain Grandier fue acusado de brujería por las monjas ursulinas del convento de Loudun, localidad cercana a Poitiers. En este caso hubo claras motivaciones políticas, ya que Grandier era un conocido opositor al cardenal Richelieu. El acusado murió en la hoguera tras haber sido torturado.
Otro caso de Francia, fue el de Juana de Arco; acusada de brujería por oír angelicales voces en su cabeza, y tener visiones, supuestamente enviadas por el mismo Dios, o por algunas vírgenes o santos. Juana no fue solamente acusada de herejía, sino también de blasfemia (Por negar ser una bruja), y lesbianismo, ya que, estando presa en una torre en Ruán, los ingleses la despojaron de sus ropas, la violaron, y la obligaron a vestirse con una armadura de hombre. Luego llamaron a uno de los que cuidaba su celda, y le dijeron que Juana había hecho aparecer la ropa de hombre con ayuda demoníaca.
En Inglaterra, las persecuciones de brujas más famosas fueron las llevadas a cabo por Matthew Hopkins en los condados de Suffolk y Essex, entre los años 1644 y 1646, en plena Guerra Civil Inglesa. Se calcula que Hopkins envió a la muerte a unas 200 brujas.
En las colonias inglesas de América (futuros Estados Unidos), alcanzó gran celebridad el caso de las "brujas de Salem" (1692), que se saldó con la ejecución de 25 personas, en su mayoría mujeres. Este caso fue llevado al teatro por el dramaturgo Arthur Miller, en su obra Las brujas de Salem, o en inglés, The Crucible (1957).
En Friul, en el norte de Italia, tuvieron lugar entre los años 1575-1580, varios procesos por brujería a miembros de una secta conocida como los "benandanti", que afirmaban que, mientras dormían, sus espíritus salían a combatir contra las brujas. Los benandanti se consideraban a sí mismos buenos cristianos. Sus prácticas, sin embargo, según su principal estudioso, Carlo Ginzburg, parecen estar relacionadas con antiguos ritos de la fertilidad.

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