En Vietnam, los ‘sniper’ de EEUU sembraron el terror entre los civiles impartiendo castigos con precisión y sangre fría
En la guerra, el estatus del soldado como combatiente mejora con el número de enemigos que consigue eliminar. En una guerra tan cruenta y turbia como la de Vietnam, los marines norteamericanos llevaban una cuenta exacta de sus víctimas (el llamado body count) y muchos se enorgullecían de ello. Especialmente los sniper, como se llama en EEUU a los francotiradores.
“Esa sensación de poder, de mirar a alguien siguiendo el cañón del rifle y pensar: Vaya, puedo cargarme a este tío”, escribió en una carta el soldado James Hebron. David Nelson, que también fue sniper en Vietnam, contaba con decenas de muertes en el bolsillo y un alcance mortífero, de unos 1.100 metros. “La suya fue realmente una gran actuación”, afirma la historiadora británica Joanna Bourke en el libro Sed de sangre: Historia íntima del combate cuerpo a cuerpo en las guerras del siglo XX, editado por Crítica.
Agazapado y siempre camuflado, el francotirador hace un delicado ejercicio de constancia, temple y precisión hasta que dispara contra su objetivo. Se saben un peligro mortal, invisible y capaz de infundir terror. Nelson aprendió el oficio, “una posición muy individual y potencialmente fuera de control” -escribe Bourke- porque, para él, el espíritu del combate residía en “matar limpiamente, de forma rápida, con eficacia, sin malicia o brutalidad”.
Sigilosos y certeros
Aunque llegaban con la cabeza lúcida, a muchos soldados les costaba mantener los escrúpulos. El propio Nelson descubrió que matar civiles era inevitable. “Un impacto limpio era un logro”, decía él, que castigaba “con calma y la cabeza fría”. En 1971, fue derribado y olvidado para siempre en la abrupta jungla de Laos.
En Vietnam del Norte, Carlos Hatchcock era conocido como White Feather (en referencia a la pluma blanca con que adornaba su gorra). Al igual que Nelson, Hatchcock se había apartado de los tiroteos frenéticos de la infantería para unirse a la brigada sniper, donde aprendió los secretos de la mira telescópica. Era pura precisión: actuaba en solitario y derribó a 93 enemigos (aunque se especula que fueron más de 300). Uno de sus tiros hizo blanco a 2.550 metros, récord de una baja a larga distancia hasta 2002. Los vietnamitas, desesperados, llegaron a ofrecer unos 50.000 dólares de la época por su cabeza, pero nadie pudo darle caza. Ni siquiera los counterspiner o cazadores de francotiradores.
El francotirador, que es miembro de las fuerzas armadas y por tanto combatiente legítimo, está llamado a causar daños innecesarios. Los norvietnamitas los utilizaron por primera vez en 1965, cuando asesinaron desde una montaña al jefe de una unidad estadounidense en el valle de la Drang. Además, el tirador consiguió escapar, dejando a la tropa desmoralizada e insegura. Y eran realmente efectivos: durante los años que duró la guerra, los sniper norteamericanos empleaban un promedio de 1,32 balas para abatir a un adversario, mientras que el soldado de infantería necesitaba de unos 20.000 disparos para causar el mismo daño.
Masacres planificadas
Los estadounidenses no duraron en utilizarlos para hostigar, emboscar y acosar a la población civil. Ocurrió en tragedias planificadas y dirigidas por el mando militar de EEUU como las de My Lai o Hué, donde los francotiradores dispararon desde las aldeas para que los soldados devolvieran el fuego y comenzaran así una masacre contra los civiles.
Por si fuera poco, Vietnam se había convertido en “un campamento para adolescentes creciditos sin ningún tipo de control. Las bromas, las juergas, desnudar a los camaradas para bañarles el abdomen con cerveza y el lanzamiento de muebles formaban parte del buen humor de los chicos después de una cacería exitosa”, lo que propició el culto y la gloria para los sniper, explica Bourke en su libro. Tras la guerra, Hatchcock -que hoy es considerado un héroe de guerra y una leyenda dentro de los infantes de marina de EEUU- reflexionó en su autobiografía sobre su estancia en Vietnam: “Nunca gocé con matar a alguien. Pero debía hacerlo con esos bastardos… podían matar a muchos de los nuestros”.
Las atrocidades estadounidenses, al descubierto
En 2006, ‘Los Angeles Times’ publicó un artículo en el que denunciaba que la muerte de civiles por soldados estadounidenses fue mucho mayor de lo que mostraban los informes publicados por el Pentágono en los setenta. Igual que en Irak, se descubrieron irregularidades en todas las divisiones del ejército y se acusó a 203 soldados de abusar de civiles. Sólo 23 fueron declarados culpables. El periódico estudió documentos sobre los que el ejército había levantado el secreto oficial, procedentes del Grupo de Trabajo de Crímenes de Guerra de Vietnam y los Archivos Nacionales en College Park. Poco después, funcionarios del Gobierno retiraron las copias de las estanterías públicas al sostener que estaban exentos de las leyes federales de revelación de información. Los expedientes demostraban la existencia de siete masacres entre 1967 y 1971 (no figura la matanza de My Lai de 1968) en las que murieron al menos 137 civiles vietnamitas.
En la guerra, el estatus del soldado como combatiente mejora con el número de enemigos que consigue eliminar. En una guerra tan cruenta y turbia como la de Vietnam, los marines norteamericanos llevaban una cuenta exacta de sus víctimas (el llamado body count) y muchos se enorgullecían de ello. Especialmente los sniper, como se llama en EEUU a los francotiradores.
“Esa sensación de poder, de mirar a alguien siguiendo el cañón del rifle y pensar: Vaya, puedo cargarme a este tío”, escribió en una carta el soldado James Hebron. David Nelson, que también fue sniper en Vietnam, contaba con decenas de muertes en el bolsillo y un alcance mortífero, de unos 1.100 metros. “La suya fue realmente una gran actuación”, afirma la historiadora británica Joanna Bourke en el libro Sed de sangre: Historia íntima del combate cuerpo a cuerpo en las guerras del siglo XX, editado por Crítica.
Agazapado y siempre camuflado, el francotirador hace un delicado ejercicio de constancia, temple y precisión hasta que dispara contra su objetivo. Se saben un peligro mortal, invisible y capaz de infundir terror. Nelson aprendió el oficio, “una posición muy individual y potencialmente fuera de control” -escribe Bourke- porque, para él, el espíritu del combate residía en “matar limpiamente, de forma rápida, con eficacia, sin malicia o brutalidad”.
Sigilosos y certeros
Aunque llegaban con la cabeza lúcida, a muchos soldados les costaba mantener los escrúpulos. El propio Nelson descubrió que matar civiles era inevitable. “Un impacto limpio era un logro”, decía él, que castigaba “con calma y la cabeza fría”. En 1971, fue derribado y olvidado para siempre en la abrupta jungla de Laos.
En Vietnam del Norte, Carlos Hatchcock era conocido como White Feather (en referencia a la pluma blanca con que adornaba su gorra). Al igual que Nelson, Hatchcock se había apartado de los tiroteos frenéticos de la infantería para unirse a la brigada sniper, donde aprendió los secretos de la mira telescópica. Era pura precisión: actuaba en solitario y derribó a 93 enemigos (aunque se especula que fueron más de 300). Uno de sus tiros hizo blanco a 2.550 metros, récord de una baja a larga distancia hasta 2002. Los vietnamitas, desesperados, llegaron a ofrecer unos 50.000 dólares de la época por su cabeza, pero nadie pudo darle caza. Ni siquiera los counterspiner o cazadores de francotiradores.
El francotirador, que es miembro de las fuerzas armadas y por tanto combatiente legítimo, está llamado a causar daños innecesarios. Los norvietnamitas los utilizaron por primera vez en 1965, cuando asesinaron desde una montaña al jefe de una unidad estadounidense en el valle de la Drang. Además, el tirador consiguió escapar, dejando a la tropa desmoralizada e insegura. Y eran realmente efectivos: durante los años que duró la guerra, los sniper norteamericanos empleaban un promedio de 1,32 balas para abatir a un adversario, mientras que el soldado de infantería necesitaba de unos 20.000 disparos para causar el mismo daño.
Masacres planificadas
Los estadounidenses no duraron en utilizarlos para hostigar, emboscar y acosar a la población civil. Ocurrió en tragedias planificadas y dirigidas por el mando militar de EEUU como las de My Lai o Hué, donde los francotiradores dispararon desde las aldeas para que los soldados devolvieran el fuego y comenzaran así una masacre contra los civiles.
Por si fuera poco, Vietnam se había convertido en “un campamento para adolescentes creciditos sin ningún tipo de control. Las bromas, las juergas, desnudar a los camaradas para bañarles el abdomen con cerveza y el lanzamiento de muebles formaban parte del buen humor de los chicos después de una cacería exitosa”, lo que propició el culto y la gloria para los sniper, explica Bourke en su libro. Tras la guerra, Hatchcock -que hoy es considerado un héroe de guerra y una leyenda dentro de los infantes de marina de EEUU- reflexionó en su autobiografía sobre su estancia en Vietnam: “Nunca gocé con matar a alguien. Pero debía hacerlo con esos bastardos… podían matar a muchos de los nuestros”.
Las atrocidades estadounidenses, al descubierto
En 2006, ‘Los Angeles Times’ publicó un artículo en el que denunciaba que la muerte de civiles por soldados estadounidenses fue mucho mayor de lo que mostraban los informes publicados por el Pentágono en los setenta. Igual que en Irak, se descubrieron irregularidades en todas las divisiones del ejército y se acusó a 203 soldados de abusar de civiles. Sólo 23 fueron declarados culpables. El periódico estudió documentos sobre los que el ejército había levantado el secreto oficial, procedentes del Grupo de Trabajo de Crímenes de Guerra de Vietnam y los Archivos Nacionales en College Park. Poco después, funcionarios del Gobierno retiraron las copias de las estanterías públicas al sostener que estaban exentos de las leyes federales de revelación de información. Los expedientes demostraban la existencia de siete masacres entre 1967 y 1971 (no figura la matanza de My Lai de 1968) en las que murieron al menos 137 civiles vietnamitas.
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